Con la crisis internacional y la consiguiente disminución persistente de los precios de los metales se acaban los tiempos del famoso ‘piloto automático’, el período de abundancia cuando lo que sucediera en la política no importaba demasiado, pues la orientación de la sociedad peruana se decidía en el campo de una economía excepcionalmente dinámica.
En 1994 se inició un espectacular crecimiento que proveyó recursos para el alivio de la pobreza, la construcción de infraestructura y la mejora de las remuneraciones. Muchos pensaron que este crecimiento se podía convertir en indefinido si el país pudiera explotar de inmediato todos o la mayoría de sus recursos naturales.
Esta expectativa fue consagrada por el ex presidente Alan García, en sus artículos sobre el “perro del hortelano”. Se trataba de institucionalizar como política estatal una posibilidad que funcionó en circunstancias muy precisas y con costos muy altos.
Me refiero a la expansión económica china, que produjo los espectaculares precios de las materias primas. Y en materia de costos se trata de la prevalencia de la lógica de la depredación, a todo nivel, desde la extracción de oro en la Amazonía hasta el robo sistemático de los fondos públicos.
El principal problema que ha legado el extractivismo rentista es el crecimiento exponencial de la corrupción y de su hermana menor, la delincuencia. El crecimiento de los presupuestos del Estado, las regiones y los municipios originó fondos que fueron destinados a obras de inversión en que se multiplican las posibilidades de coimas y complicidades entre las autoridades políticas y las empresas privadas.
El largo ciclo expansivo 1994-2014 deja, en el lado del activo, una notable expansión económica, acompañada de una reducción de la pobreza y un significativo crecimiento del empleo. Y en el lado del pasivo, una dependencia excesiva de las exportaciones de minerales, una diversificación económica demasiado incipiente y, sobre todo, el desquiciamiento de las instituciones.
Pese a todo, y mirado con distancia, el saldo de este período me parece positivo. Han mejorado las condiciones de vida de las mayorías y la tara del racismo se ha aliviado gracias a la generalización de la conciencia de tener derechos. La sociedad peruana se ha democratizado. No obstante, finalmente, nos quedamos con la sensación de que pudo lograrse mucho más.
Pero, en adelante, las cosas serán diferentes. El crecimiento económico dejará de marcar el paso y la acción política y estatal será mucho más necesaria en este nuevo ciclo de vacas flacas. Entonces, si vamos a la escena política, inscritas ya las planchas para las elecciones del 2016, el panorama es desolador.
Como lo señala lúcidamente Claudia Cisneros en su artículo “Candidatos a la plancha (quemada)” (diario “La República”, 27 de diciembre del 2015), los principales postulantes son demagogos prontuariados que despiertan muy poca confianza en la ciudadanía. Da lástima, y oprime el corazón, observar cómo los sinvergüenzas han copado la política.
Será por ello que al 80% de la ciudadanía no le interesa la política cotidiana. Hay cierta sabiduría en esta ignorancia, pues se trata de evitar la depresión que ocasiona un panorama en que el cinismo es la mascarada y la corrupción, el trasfondo. Aquí esta la semilla de la posición ‘¡que se vayan todos!’, que se extendió en la Argentina del derrumbe del experimento neoliberal de Carlos Menem y el famoso corralito del 2001.
Pero, aunque haya sido profundamente sentida, se trata de una actitud poco realista, pues el Estado necesita ser gobernado por políticos y la democracia es la única manera sensata de seleccionarlos. Entonces, por más que, disgustados, querramos rechazar o no saber nada de la política, el hecho es que solo podemos contar con lo que hay. Por lo menos en lo inmediato.
Es probable que las dificultades económicas que se avecinan tengan un impacto positivo sobre la política. La austeridad dificulta la corrupción, pues los recursos no sobran y hay que rendir mejor cuenta de su uso. Por otro lado, se evidenciará que el gran reto de la economía peruana es la diversificación productiva y que no bastan las señales del mercado para inducir una reasignación de recursos que dinamice las nuevas exportaciones. No obstante, el modelo neoliberal ha sido demasiado exitoso como para imaginar correcciones inmediatas.
Asimismo, la corrupción está tan enquistada que lograr una mayor limpieza e institucionalidad aparece como una posibilidad remota. Estamos, pues, otra vez, al garete, a la deriva, tal como ha ocurrido en la mayor parte de nuestra historia republicana. Y cuanto más rápido tomemos conciencia de esta situación, tanto más pronto podemos ponerle fin. Y me sumo a la campaña: “Libertad para los presos políticos en Venezuela”.