La cultura del engaño se instaló en todas las formas de vida de este país. Lo bamba, lo que simula ser verdadero, lo falso, lo adulterado, está en la esquina de nuestra casa y forma parte de pequeñas industrias paralelas que lo único que hacen es buscar el beneficio propio, no pagan impuestos y acrecientan la competencia desleal.
Todo se bambea (si seguimos el cambio verbal de la palabra ‘bamba’): los productos alimenticios, farmacéuticos, de limpieza personal y del hogar, productos que dañan nuestra salud y reducen la calidad de vida. Se falsifican las tarjetas de pago de transporte vía los corredores, el Metropolitano y el tren; también el combustible, los billetes, los juguetes con altos niveles tóxicos, brevetes, títulos profesionales, etc.
Todo se modifica o se transforma fraudulentamente: la composición de una sustancia para dejarla al mínimo de su calidad. En estas últimas semanas, hemos visto que también se bambean los extintores y se modifican sus componentes para reducir la calidad. No se cumplen las normas técnicas peruanas. Un informe de la campaña #PasaEnLaCalle de El Comercio ha demostrado que estos implementos estarían distribuidos en todas las instituciones públicas y privadas, porque las empresas importadoras que los ofrecen acaparan casi todo el mercado local, sin que exista una institución que fiscalice y supervise todo el proceso comercial. Solo la inspección podría marcar la diferencia, según la investigación periodística, entre la vida y la muerte del usuario.
Pero el posicionamiento de lo bamba en el Perú, lejos de los grandes falsificadores y la industria informal que lo ha forjado, es un problema de conocimiento, precariedad económica, accesibilidad de los productos y fiscalización.
Problema de conocimiento, porque los peruanos no saben identificar un producto adulterado, leer etiquetas, registros sanitarios, colores originales de productos. Solo se mira el precio y luego estamos a merced de los efectos negativos que estos productos tengan en nuestro cuerpo y en nuestra salud.
El factor precio es importante y es aquí donde el falsificador encuentra su oportunidad. La precaria situación económica de gran parte de la población ha contribuido a que esta cultura del engaño se expanda; de allí la frase coloquial de ‘lo barato sale caro’. Lo que comemos o las medicinas que ingerimos no pueden ser un bien exclusivo de las personas con mayor poder adquisitivo.
Además, los artículos bambas son accesibles en el mercado público, en la bodega de la esquina, en el ambulante de la calle, en las galerías de las zonas comerciales. Esos son los lugares donde la mayor parte de la población transita. Creemos que en esos comercios encontraremos productos más baratos y muchas veces el precio en el supermercado es el mismo o más bajo, pero con la garantía de que se adquiere el original.
Por último, la fiscalización. Indecopi tiene normas claras sobre la defensa del consumidor y la competencia desleal, y es el responsable de que estas se apliquen. Lo mismo se afirma de la Dirección General de Medicamentos, Insumos y Drogas (Digemid) que, con la ayuda articulada de la policía y el Ministerio Público, puede intervenir en la producción y distribución de productos farmacéuticos falsos. Esta última institución lanzó recientemente la campaña informativa La Medicina Bamba Mata, centrada en la identificación formal del registro sanitario, además de difundir las alertas en su sitio web sobre algunos fármacos fraudulentos, pero estos son solo casos esporádicos, aislados. Y solo estamos citando dos instituciones involucradas.
Una vuelta por las galerías de la avenida Emancipación, de la zona de Mesa Redonda y Las Malvinas, en el Cercado de Lima, es una muestra de que la industria ilegal crece y ha sobrepasado la capacidad de reacción.