Cuando la inspiración para escribir esta columna me es esquiva, siempre recurro a la misma fórmula: metáforas de fútbol. Lo hago porque la política y ese deporte son dos temas que manejo bien, pero también porque hay pocas actividades que se asemejen tanto a la caja de sorpresas que es nuestra política como, precisamente, el fútbol. Esta vez recurro brevemente al facilismo para ilustrar un fenómeno que suele ocurrir siempre en esta época del año electoral y que los peruanos conocemos de sobra: la calculadora. En todas las eliminatorias de las que tengo memoria –y seguramente en todas las anteriores a esas– los peruanos hemos recurrido a este artefacto para calcular la magnitud del milagro que necesitamos para clasificar. Sean dos victorias seguidas de visita contra Brasil y Argentina o cinco resultados cruzados de los rivales que nos mantengan con vida, mientras las sumas y las restas alcancen, los peruanos nos aferramos a la esperanza de la clasificación con fe ciega.
Marzo es el equivalente electoral a las últimas cuatro fechas de las eliminatorias mundialistas. A diferencia de la selección, que muy rara vez tiene grandes rachas ganadoras, los candidatos presidenciales sí esperan dar el batacazo en el último minuto. El sueño del último mes es ser el Fujimori, el Ollanta o el PPK de turno. Aquel que, contra todo pronóstico, y sin ninguna razón en particular, empiece a subir como la espuma en la recta final y logre llegar a la segunda vuelta.
Hoy, como es sabido, los dos que están disfrutando de la adrenalina de la pendiente ascendente son el candidato de Acción Popular, Yonhy Lescano, y el de Renovación Popular, Rafael López Aliaga. Sin embargo, esta es una elección peculiar e impredecible, donde el azar parece jugar un rol aún más importante que en anteriores contiendas. Es por ello que vale la pena tratar de investigar tres cuestiones.
La primera: ¿Cuánto puede crecer un candidato en el último mes?
En las campañas presidenciales del 2001, 2006, 2011 y 2016 los candidatos que más crecieron en el último mes lograron subir entre 7 y 15 puntos porcentuales en intención de voto. Verónika Mendoza, en la elección más reciente, fue el caso más notable, seguida de Alan García en el 2001, quien creció 10 puntos.
La segunda: ¿Se puede revertir una tendencia a la baja?
Sí. Son casos raros, pero ocurren. PPK es un buen ejemplo. El 13 de marzo del 2016 había perdido el 50% de su intención de voto y apenas el 9% del electorado declaraba que pensaba votar por él. Sin embargo, con un poco de suerte tras la exclusión de Julio Guzmán, logró duplicar a sus simpatizantes y llegó a segunda vuelta con Keiko Fujimori.
Y la tercera, pero no menos importante: ¿Se puede caer luego de subir?
Sí, también es posible. Nuevamente, la elección del 2016 sirve como ejemplo. Parece ya un recuerdo lejano, pero hubo un tiempo, antes de rechazar un delicioso chicharrón, en el que Alfredo Barnechea encandilaba a las redes sociales. De la noche a la mañana los ‘barnechéveres’ invadieron el país y el candidato de la lampa pasó de un prácticamente inexistente 1% en enero a 12% el 20 de marzo de 2016. Pero llegó el episodio del mordisco que no fue y los barnechéveres se dispersaron, dejando a su candidato en cuarto lugar, apenas por encima de la valla electoral.
La moraleja de esta breve revisión histórica es que aún hay mucho espacio para sorpresas. Los candidatos que van al alza tienen que tener cuidado de no cometer errores y los que están en la cola aún pueden albergar la esperanza de que esta vez la suerte le sonría a uno de ellos y logre el ansiado milagro electoral.
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