Es muy probable –a menos que se dé el milagro matemático que muchos esperan– que Pedro Castillo sea el próximo presidente del Perú, tras un proceso electoral marcado por lo apretado de los resultados y por la aguda polarización que reveló. Así, se van delimitando dos bandos muy claros: los ganadores y los derrotados. En esta columna nos identificamos con los últimos, pues estamos convencidos de que basta que el candidato del lápiz cumpla la mitad de sus promesas de campaña para llevarnos al despeñadero.
Dentro de poco, entonces, algunos tendremos que demostrar cuán buenos perdedores somos y cómo canalizaremos nuestros reparos ante un eventual gobierno de Perú Libre, para que este no olvide que también se debe a la mitad del país que no votó por él. De ello no solo dependerá que se fuerce al nuevo Ejecutivo a ponerle freno al estatismo trasnochado que anunció en campaña, sino también que se le obligue a respetar principios democráticos básicos sobre los que parece tener dudas, como la separación de poderes, la libertad de prensa y la defensa de la Constitución.
Sin embargo, las últimas dos semanas han demostrado que muchos serán muy malos perdedores cuando llegue la hora. Hoy por hoy, el lenguaje en redes sociales y en medios de comunicación de varios de los que votaron en contra de Castillo por defender el sistema democrático (que por más de una razón el proyecto político del exsindicalista amenaza) ha tomado un giro tóxico, y se ha basado en bastante de lo que se supone que combatía.
Resaltan, por ejemplo, los que han sugerido que se anulen las elecciones, como el congresista Jorge Montoya, y personalidades de la televisión, como Phillip Butters, que hablan de tomar Palacio de Gobierno. En ambos casos, exabruptos autoritarios que no se pueden tolerar.
Pero este tipo de conductas van más allá de los personajes públicos. En las redes sociales se han llegado a elaborar y publicar “listas negras” de personas que no votaron (haciéndolas responsables parciales del resultado) y se ha señalado y acosado de forma directa a las personas que en algún momento aseguraron que votarían (o votaron) por el lápiz. Actitudes que contradicen el respeto a la disidencia del que se nutre el sistema democrático. Y a esto se suma cómo algunos grupos han ido a protestar a la puerta de las casas de diversas personas, como el presidente del JNE, el titular de la ONPE y del director del diario “La República”. Matonerías disfrazadas de patriotismo.
Es innegable que defender la integridad del sistema democrático en un gobierno de Pedro Castillo será difícil. Promesas clave del candidato, como la convocatoria a una asamblea constituyente, vulneran directamente nuestro ordenamiento jurídico. Pero la misma democracia ofrece mecanismos mediante los cuales se debe resistir, como la prensa, la protesta pacífica y la oposición parlamentaria. Todo lo demás es aplicar el veneno como antídoto y contradice la causa por la que supuestamente se lucha. Y para esta batalla habrá que tener autoridad moral.
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