La proeza narrativa de Annie Ernaux es la de hacernos creer que todo lo que cuenta es cierto. Su estilo de frases cortas, con abundancia de detalles, es el de un testimonio personal. En el inicio de una de sus obras mayores, “El Acontecimiento” (Tusquets), la protagonista llega desde la calle a un centro médico. La narración tiene una meticulosidad que nos hace “ver” a los personajes. En este pasaje, la protagonista se cruza con gente que camina por la estación “con bolsas de color rosa” y con una mujer que “avanzaba hacia mí con sus robustas piernas cubiertas con unas medias negras de grandes dibujos”.
Todos estos detalles prefiguran la marcha de la historia. “Hace tiempo que este relato se ha puesto en marcha y que me arrastra a mi pesar”, nos dice poco después. La protagonista que parece representar a la misma Ernaux cuenta la historia dura de un aborto clandestino a los 23 años. Gracias a la finura y precisión de su lenguaje, conducido por una musicalidad serena y concisa, despojada de ornamentos, sus lectores nos sentimos convencidos y subyugados por lo que cuenta.
Los hitos de la biografía de Ernaux aparecen esparcidos a lo largo de su obra. Su nacimiento viene para sus padres como un consuelo por la muerte de su hermana mayor, a la que no conoció. En el pueblito de Normandía donde crece como hija única, sus padres administran un local de alimentación y bebidas. Luego, ella se educa en el internado de un colegio de monjas. Un viaje a Londres y su entrega a la literatura deciden su vida. Desde entonces, va a escribir como un conjuro para recuperar los recuerdos. Sintiendo que ha traicionado a su familia por haber subido en la escala social, escribe sobre sus padres. Desde su primer libro, “Armarios vacíos” (1974), va a realizar el viaje al pasado. Desde entonces, sus novelas van a abordar las experiencias que la marcaron: la muerte de su madre (“Una mujer”), su enfermedad de Alzheimer (“No he salido de mi noche”), su matrimonio (“La mujer helada”) y su cáncer de mama (“El uso de una foto”). Este último libro cuenta la historia de las relaciones con su pareja, Marc Marie. Un párrafo es ejemplo de la naturalidad y la expresividad de su estilo: “A menudo desde el principio de nuestra relación, me había quedado fascinada descubriendo al despertarme la mesa con los restos de la cena, las sillas desplazadas, nuestra ropa mezclada, tirada por el suelo en cualquier lado la víspera por la noche al hacer el amor. Era un paisaje diferente cada vez”.
Lectora de Proust, de Malraux, de Simone de Beauvoir, Ernaux es una escritora de la experiencia femenina. A lo largo de su vida, sufrió las consecuencias de un sistema dominado por el poder masculino, contra el que se ha manifestado en muchas entrevistas (el surgimiento de la ultraderecha en Francia es otro tema recurrente). Su feminismo está bien asentado en su culto a los personajes.
Uno de sus mejores libros es sin duda “Memoria de una chica”, donde repasa el diario que escribió 50 años antes. A propósito, escribe: “He querido olvidar a aquella chica. Olvidarla de verdad, es decir no querer escribir más sobre ella. No pensar más que debo escribir sobre ella, sobre su deseo, su locura, su estupidez y su orgullo, su hambre y su sangre cortada. Nunca lo he conseguido”. Ernaux cuenta su vida de un modo que nos hace creer que es también la nuestra. Ese sencillo poder de las palabras es el que ha premiado la Academia.