Cuando una sociedad se comprende mejor a sí misma tanto más pertinentes serán las discusiones sobre lo qué debe hacerse y más válidas y eficaces las medidas destinadas a resolver sus distintos problemas. Esta comprensión debería condensarse en un sentido común que permita a la ciudadanía seguir los debates e influir sobre ellos. Y para el logro de este sentido común, es necesario el diálogo entre los distintos agentes de la vida colectiva: trabajadores, empresarios, periodistas, políticos, investigadores.
Pero, a la luz de lo que sucede en el país, se podría decir que esta expectativa peca de ingenua. Puede ser, pero tener un horizonte, un modo ideal en que deberíamos proceder como sociedad, es la manera de conservar un norte que inspire los pasos que tenemos que dar. En todo caso, en la actualidad, ese ideal es aún remoto. El sentido común está dominado por ideas tan categóricas como simples y, ahora más que antes, poco conducentes. La preocupación central es cómo aumentar la inversión. Y la respuesta es dar todas las facilidades concebibles a las empresas nacionales y extranjeras. Este modo de pensar ha funcionado hasta cierto punto, pues es muy cierto que el Perú ha avanzado firmemente en los últimos 20 años. Aunque también es verdad que el avance ha sido muy desigual, pues la pésima calidad de la educación, la crisis de moralidad y la inseguridad ciudadana, la debilidad de las instituciones, la escasa diversificación productiva y, finalmente, las grandes brechas sociales; todas estas realidades frenan el crecimiento sustentable e inclusivo, que es la gran tarea de la sociedad peruana.
El paradigma economicista, y de corto plazo, donde lo único que importa es aumentar la inversión, tiende a obcecarse frente a una realidad que no responde a sus expectativas. Se sabe que mucho del auge económico del país se explica por una coyuntura internacional muy propicia que, sin embargo, ha comenzado a cambiar. El Perú ya no podrá depender tanto de la inversión y exportación minera. Tendrá que buscar formas más diversificadas de insertarse en la división internacional del trabajo. Lo ideal sería exportar productos de alto valor agregado gracias a un trabajado calificado y bien remunerado. Y no solo, como ocurre ahora, minerales y recursos naturales semiprocesados. Pero es tal la inercia histórica, y la fuerza de la ideología, que muchos creen que los problemas peruanos se arreglan favoreciendo la gran inversión. Entonces, en vez de leer la disminución de la tasa de crecimiento como un resultado de muchos factores, responsabilizan a la política y demandan mayores ventajas para los inversionistas. Por tanto, la solución sería “crear confianza”, mediante medidas como aligerar cualquier control ambiental o reducir los “sobrecostos laborales”.
En realidad, los últimos años han representado una fuga hacia adelante. El avance ha sido sustantivo pero demasiado desigual. Y ahora le toca al país reencontrarse con todos sus problemas no resueltos, puestos en la penumbra por el deslumbrante ‘boom’ económico. En este nuevo contexto, pretender que las cosas se resuelven con un ‘shock’ de confianza para el inversionista es demasiado simple y crédulo. Hace falta transformar el sentido común incorporando una mirada histórica y pluridimensional de la realidad de nuestro país. En demasiadas oportunidades, en la historia del país, ha habido períodos de crecimiento intenso seguidos de épocas de estancamiento y frustración. Entonces ya no basta el piloto automático o los ‘shocks’ de confianza a la inversión. Es necesario remozar la agenda pública dando prioridad a los temas fundamentales, como la erradicación del hambre, la mejora de la educación, la eliminación del racismo y la fragmentación social, y la diversificación productiva. No hay que obstinarse con la apuesta a resolver problemas de largo plazo con soluciones de corto plazo. Esta situación ha funcionado por un período que comienza a desvanecerse. Entonces ahora se hace más urgente producir diagnósticos que tomen ventaja de lo mucho que se ha aprendido de nuestro país gracias a instituciones como la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú y el Instituto de Estudios Peruanos. No son las únicas pero las menciono porque ambas cumplen 50 años de fundadas, y son ejemplo de un aporte constante, y nutrido de buena fe, por enriquecer la autocomprensión de nuestro país.