El movimiento nazi encumbró en Alemania uno de los regímenes más nefastos de la historia. La dictadura de Hitler espanta no solo por lo que hizo, sino porque lo hizo en uno de los países supuestamente más civilizados del mundo.
Lo curioso es que el totalitarismo nazi no tuvo su origen en un golpe de Estado. El régimen tuvo origen democrático. La mayoría decidía todo, incluido el alcance de los derechos de las personas. Así, poco a poco, arrasó con los derechos de minorías raciales, grupos políticos, personas de otra nacionalidad y homosexuales. Y ello llegó al extremo de “legitimar” el exterminio, tortura, esterilización y pérdida de libertad de todos aquellos que el gobierno elegido por la mayoría decidiera.
Hoy sabemos que la democracia electoral no es necesariamente civilización. El punto de partida de lo civilizado no es el gobierno de la mayoría sino los derechos fundamentales de las personas. Las democracias valen más no por cuanto se respeta la decisión mayoritaria, sino por cuanto se protege a las minorías que la integran.
La experiencia de Alemania nos enseñó a crear un marco legal e institucional que pone límites a la democracia. No es legítimo matar a una persona o torturarla o quitarle su propiedad o privarla de su libertad porque la mayoría decide que debe hacerse. Así lo recogen las constituciones modernas y los marcos internacionales de protección de derechos fundamentales. Y es que una democracia plebiscitaria sin derechos individuales es un cheque en blanco para el totalitarismo.
Cuando Cipriani dice que el derecho a reconocer el matrimonio o la unión civil entre personas del mismo sexo debe quedar sujeto a un referéndum, comete el mismo error conceptual (y humano) que dio origen al copamiento del poder en la Alemania nazi. Cree que si una mayoría religiosa considera que algo es inmoral, está en capacidad de imponer su moral a todos los demás.
El paso siguiente es sencillo. Si una mayoría religiosa cree que las demás religiones están equivocadas, puede imponerles que dejen de creer en lo que creen. Del plebiscito mayoritario sobre derechos individuales al totalitarismo hay solo un paso.
Curioso además que la propuesta plebiscitaria provenga del representante de una iglesia cristiana. El cristianismo tuvo el mérito de abrirse paso como religión minoritaria frente a mayorías religiosas que pretendieron aplastarla. Numerosos mártires del cristianismo fueron crucificados, quemados o degollados por expresiones de totalitarismo religioso mayoritario. El propio Cristo fue crucificado luego de que una mayoría decidiera en un mitin frente a Pilatos, que mejor liberaran a Barrabás.
Si Cipriani viviera en un país donde el catolicismo es minoritario, estoy seguro de que no quisiera que su opción sexual (el celibato) se someta a referéndum. Ello porque iría contra su derecho individual a escoger qué hacer con su vida. ¿Le es eso tan difícil de entender?
Por supuesto que la respuesta será que las personas con orientación homosexual no tienen ningún derecho reconocido a dicha opción. Ello es consecuencia de una muy mala concepción del sistema de derechos. El derecho en discusión es la libertad. La libertad es la capacidad de elegir mi destino, siempre que no le cause daño a nadie. Una opción sexual es simple y llanamente decidir libremente. Y si a quienes tienen una opción heterosexual se les permite casarse libremente, no veo por qué quienes tienen una opción homosexual no pueden ejercer su derecho de la misma forma. La ley no está tratando igual a los ciudadanos.
A veces provoca proponer un referéndum para obligar a Cipriani a dejar de hablar con tanta intolerancia. Pero un demócrata que cree en los derechos fundamentales debe abstenerse de hacer propuestas intolerantes que afecten la libertad de expresión de los demás. Reconozcámosle a Cipriani el derecho que él pretende quitarles a los demás.