Giulio Valz-Gen

El Gobierno cree que su gran mérito y –al parecer– la base de su gestión es haber logrado pacificar el país luego del golpe de Estado de Pedro Castillo y las movilizaciones de inicio de año. Esta es la narrativa que manejan cada vez que la presidenta Dina Boluarte viaja al exterior y que también se escucha por estos lares cuando deciden conceder entrevistas (dicho sea de paso, hace buen tiempo que la mandataria no da una).

De ahí la frase de Boluarte en Washington D.C. la semana pasada: “El Perú ahora es un país que está en calma, que está en paz, luego de aquel 7 de diciembre, del golpe de Estado y luego de la asonada golpista”. Es innegable que las movilizaciones pasaron, pero decir que el país está en calma y en paz es vivir en una realidad paralela.

Haciendo de intérprete de Boluarte, lo más probable es que la exministra y vicepresidenta (justamente del golpista Pedro Castillo) se haya referido a que ya no tenemos carreteras, aeropuertos y ciudades tomadas. Entonces, como salimos de ese violento y trágico período (que recuerde que tanto ella como su primer ministro tienen investigaciones abiertas por presuntas violaciones a los derechos humanos), el país es ahora un cuento de hadas, sin violencia en las calles, listo para recibir las inversiones y retomar el crecimiento que tuvimos hace ya algunos años.

La realidad nos dice lo contrario. Si bien hoy no estamos en un período de conmoción social y, en general, la protesta social o “la calle” y “la carretera” han perdido peso, sería atrevido afirmar que esa es una situación permanente.

En el Perú no pasa nada, hasta que algo pasa. Ese ‘algo’ puede ser cualquier cosa y más si consideramos que la presidenta tiene una aprobación de solo 14% y el Congreso de 13% (Ipsos-América TV). Además, estamos a semanas de que empiece el fenómeno de El Niño con una ejecución presupuestal baja, en plena recesión económica y con un porcentaje importante de la ciudadanía y el empresariado que vive permanente extorsionado.

La presidenta está en Palacio porque le es instrumental al Parlamento, no porque tenga algún capital político. El único ‘capital’ que tiene es la regla constitucional que establece que ante su vacancia (o renuncia), asume el presidente del Congreso y debe convocar a elecciones, situación que determinaría que los congresistas también se vayan a sus casas anticipadamente y eso, por ahora, no está en su agenda. Quién sabe si lo esté en el futuro por algún interés más ‘estratégico’, como, por ejemplo, poder postular a las próximas elecciones regionales y municipales que son en octubre del 2026 (luego de las generales) y que, si siguen en sus cargos hasta completar su mandato, es una ruta que legalmente no pueden tomar.

En un período en el que deberíamos haber tenido solo dos presidentes, vamos seis. Pedir el cambio de Boluarte no parece la mejor opción en este momento. Lo que hay que solicitarle a la presidenta es que ella cambie o que reaccione. Que salga de su cuento de hadas y que pise tierra buscando un refresco importante en su equipo.

No pienso que la presidenta sea una política versada o preparada, pero algo de instinto debe tener para haber llegado a Palacio y haber sobrevivido hasta aquí. No pretendo que diseñe las políticas que ataquen los síntomas de nuestra crisis, pero, al menos, que recurra a algunos doctores especializados o mejores que aquellos que hoy la acompañan.

Y si la cosa sigue así, es decir, si ella no hace cambios, no habla, no asume, no propone, se equivoca, se frivoliza, entre otros temas, lo que empezará a crecer es la corriente que empezará a pedir que, en lugar de que ella haga cambios, la cambien a ella.

Giulio Valz-Gen es analista político

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