Era abril del 2015, yo estaba en Nepal. De repente, sentí que la tierra comenzaba a temblar. Un terremoto mortal devastó el país. Nunca he sentido ese tipo de miedo. Los desastres de tal magnitud causan daños irreparables a aquellos que ya tienen tan poco. Fui testigo de esto cuando regresé para ayudar con los esfuerzos de socorro y como embajadora del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Las crisis no son solo momentos de catástrofe: exponen profundas desigualdades existentes. Las personas que viven en la pobreza, especialmente mujeres y niñas, son las más afectadas. He visto de cerca cómo son a menudo las últimas en regresar a la escuela y en obtener servicios básicos como agua potable y vacunas. Para recuperarse de un desastre, las necesidades específicas de mujeres y niñas deben tenerse en cuenta en la respuesta humanitaria. Pero a menudo están en desventaja cuando se trata de esfuerzos de rescate. Sabemos que ellas sostienen sus comunidades. Sus voces, liderazgo y plena participación son claves para una recuperación inclusiva. Esto significa considerar sus necesidades, garantizar la igualdad de acceso a la información, oportunidades de empleo, préstamos y mecanismos de seguro. Tener más mujeres en posiciones de poder conduce a políticas más inclusivas que contribuyen a la igualdad en todos los niveles. Significa luchar por la tolerancia cero para la violencia e invertir en su educación para garantizar que estén representadas en los niveles más altos de la sociedad. Reducir la brecha digital es fundamental para cambiar las normas sociales y garantizar que sus voces estén integradas antes, durante y después de un desastre.
Estamos a mitad de camino hacia la fecha límite para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Lo que he aprendido a través de mi trabajo con el PNUD es que esto solo será posible si logramos una verdadera igualdad, especialmente en tiempos de crisis.
Tengo 60 años y acabo de ganar mi primer Óscar. Sé algo sobre la perseverancia y soy consciente de lo que la sociedad espera de las mujeres. También, de que mi experiencia no se puede comparar con las de las heroínas que conocí. Pero si puedo hacer algo en este momento de alegría profesional, sería centrar la atención en aquellas que con frecuencia no son reconocidas: las mujeres que están reconstruyendo sus comunidades, cuidando a niños y ancianos, y poniendo comida en la mesa. Asegurémonos de que no falten en la sala cuando se toman las decisiones que más las afectan.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times