El caso del congresista Darwin Espinoza no es el primero ni será el último de parlamentarios rapaces dedicados a rascar esa olla sin fondo en la que se ha convertido el Congreso.
Protegido por ese pequeño jardín de “niños”, por quienes pueden necesitar seis o siete votos para blindarse de acusaciones similares –como, por ejemplo, el caso de los ‘mochasueldos’ y otros tantos– o por aquellos que requieran conformar una que otra mayoría calificada, Darwin se pasea orondo por el Palacio Legislativo a sabiendas de su impunidad.
El drama es que, viendo la cantidad de parlamentarios envueltos en escándalos, sospechosos de la comisión de varios delitos hoy en la mira del Ministerio Público, y la larga lista de espera para entrar al escrutinio de la Comisión de Ética, el legislador ancashino no hace un mal cálculo.
Si ponemos como fecha de corte el Legislativo que culminó su mandato en el 2016, por ejemplo, si bien no era raro encontrar casos emblemáticos como “comepollos”, “planchacamisas” y tantos más que no viene a cuento recordar, su excepcionalidad al menos permitía que se creara una mayoría crítica dispuesta a evitar que el llamado “otoronguismo” erosionase más de la cuenta la siempre mellada imagen de nuestros padres y madres de la patria.
Hoy Darwin y los ‘mochasueldos’ (podría ser el nombre de un grupo de rock) son la expresión vívida de la involución del Parlamento; o, mejor dicho, de su degradación, de una metástasis a consecuencia de la que sus colegas rescatables terminan siendo una minoría, y varios de ellos atados de manos en caso de que quisieran reaccionar con algo de honestidad y corrección por los límites que impone la atomización del voto.
No es que la creación del Senado no sea algo positivo. Todo lo contrario. Pero si la reforma política no abarca la penalización de organizaciones que permiten la postulación y la elección de delincuentes, no se crean distritos electorales binominales o uninominales que obliguen a una rendición de cuentas permanente al representante, y no se elimina el voto preferencial, la involución parlamentaria seguirá su curso.
Y no sería raro que lo visto en este quinquenio legislativo (que se torna cada vez más interminable) parezca la Cámara de los Lores en comparación con lo que podría suceder con los diputados y senadores futuros. Algo tenemos que hacer. Y urgentemente.