No paso por agua tibia la gran responsabilidad de los participantes en lo ocurrido en Los Olivos; ni menos cuestiono la obligación del Estado de impedir esos eventos. Pero hay que hacerlo bien.
La Policía Nacional del Perú (PNP) ha sufrido como ninguna institución por la pandemia. La corrupción de muchos de sus jefes la hizo vulnerable y sus más de 400 muertos son comparativamente muchos más que los sufridos por sus pares en otros países enfrentando similar situación.
Ello no quita que cometan errores; y lo de la discoteca, a la luz de la nueva información, fue uno muy costoso en vidas humanas. En las redes, casi siempre anónimos promotores de un orden sin ley gritan: “qué bien que se murieran”. Esa no es ni la visión ni la práctica de nuestros policías, que saben que hay que imponer la ley con proporcionalidad, poniendo por delante la vida de las personas. Pero a veces no lo saben hacer.
Ahora conocemos que el capitán a cargo, el jefe de región, el jefe de la PNP y el ministro del Interior difundieron una versión falsa de los hechos. Para fines administrativos y penales importa mucho dónde se inició y hasta dónde llegó la cadena de encubrimiento. Para fines de aceptar responsabilidad política por la innecesaria muerte de 13 peruanos, solo se necesita amor propio y empatía con el sufrimiento de esas familias.
Ahora bien, pese a la tragedia, fiestas como estas siguen ocurriendo sistemáticamente en todo el país. La muerte de 12 jóvenes mujeres y un varón no ha sido un detente. Ello hace necesaria la búsqueda de una explicación. No basta decir que son unos irresponsables; lo son, pero hay que hurgar más en el por qué.
Algo hay de una urgente necesidad de socialización y sexualidad, mucho más intensa entre los más jóvenes. La presión de casi seis meses de toque de queda y prohibición de reuniones, busca válvulas de escape. También hay algo de fruta “prohibida”. Si el “padre” (representado por el Gobierno) no quiere que haga lo que me gusta porque es dañino, pues me rebelo.
Ahora bien, también se mueven motivaciones más profundas y complejas. Según el psicoanálisis (perspectiva de la que me nutro en casa), ante situaciones de gran tensión y angustia, las personas recurren a diferentes mecanismos de defensa; algunos más adaptativos que otros. La prolongación de la cuarentena, el temor a la muerte cada vez más cercana y las angustias relacionadas al futuro económico son caldo de cultivo que ocasiona, en algunas personas, la negación como mecanismo de defensa. “Lo esencial de la negación no radica solamente en desconocer la realidad, sino en una actitud de omnipotencia que, en lugar de temerla, reta a la muerte”, me explica la psicoanalista.
Hay otro ángulo del tema que merece también mayor reflexión. La tragedia ha sido tratada como un mal de los peruanos, que seríamos incapaces de respetar las normas de convivencia; algo que no sucedería en un país “civilizado”. Nada más falso.
El desenfreno de jóvenes sin protección en, por ejemplo, España o Alemania, viene siendo mucho más frecuente y desafiante que en el Perú. Ha habido incluso reuniones masivas en España para retar al virus (“un invento para quitarnos nuestra libertad”) y/o rechazar desde ahora, la posibilidad de vacunarse. En Alemania solo el 60% apoya las pocas restricciones que el Gobierno mantiene y miles se han manifestado (algunos violentamente) con el argumento de hacer, pese al virus, lo que les dé la gana.
No hay pues, excepcionalidad peruana. Lo que sucede es que nuestra fragilidad frente al virus y lo grave del daño a nuestra economía, han hecho añicos nuestra ya baja autoestima. Nos muestran lo precarios que somos y lo mucho que nos falta para ser un país vivible para la mayoría.
Pero no somos los “malos de la película” y en medio de las dificultades se han hecho visibles fortalezas inesperadas, algunas de ellas que ignorábamos.
Destacan, entre ellas, los esfuerzos de nuestros científicos que, acompañados por el Concytec, varias universidades y empresas privadas (eso sí sufriendo la usual indolencia de la burocracia), vienen desarrollando con sentido de urgencia y creatividad, innovaciones autóctonas, para diferentes aspectos de la medición y atención de la pandemia.
Y ahora conocemos –vía Fabiola León Velarde en El Comercio– la extraordinaria noticia de la vacuna peruana. Cito: “Con el respaldo debido podría estar a disposición de toda la población peruana en abril del 2021. Sus principales ventajas son su bajísimo costo (aproximadamente S/5 por dosis) su administración oral y su rápida producción”.
Sería un gran logro científico que ayudaría al relanzamiento de nuestra autoestima como nación; requisito sine qua non para soñar que, una vez más, podremos salir adelante.