En las últimas semanas intenté dar cuenta de la inesperada mayoría formada en el Congreso (a pesar de la fragmentación y polarización existentes) alrededor de lo que en el debate local llamamos “anticaviarismo”: una reacción frente a iniciativas de fortalecimiento institucional y de combate a la corrupción, donde se mezclan intereses oscuros con críticas legítimas a los excesos de la administración de justicia.
Ciertamente, en esta inesperada mayoría convergen varios otros intereses que resulta útil desentrañar y que ayudan a entender la conducta parlamentaria. Está, para empezar, un mal entendido espíritu de cuerpo en torno a la defensa o reivindicación del poder del Congreso. En tanto los congresistas no se identifican con partidos o proyectos de largo plazo con aspiraciones a ocupar el Poder Ejecutivo, en tanto privilegian sus intereses presentes, dada la dificultad para desarrollar carreras estables, todo aquello que consolide el poder parlamentario parece buena idea.
Ciertamente, el “trauma” de la disolución del Congreso del 30 de setiembre del 2019 cuenta y explica conductas tanto del Congreso 2020-2021 como del actual. Así, propuestas que van desde limitar el ejercicio de la cuestión de confianza del Ejecutivo hasta la defensa del derecho de ejercer el mandato actual hasta el 2026 –pasando por diversas iniciativas que intentan fortalecer el papel de la representación en asignación del presupuesto público– tienen cabida.
De otro lado, en el interés por detener o “neutralizar” iniciativas de reforma y fortalecimiento institucional no solo está el frente judicial. Están también múltiples intereses asociados a actividades informales con representación en todas las bancadas parlamentarias: el control de la Sunedu por parte de universidades que deben ser fiscalizadas por esta entidad, concesiones a transportistas informales, entre muchas otras. Y también la proliferación de diversas iniciativas de corte populista, legitimadas en el contexto de la pandemia pero que continúan hasta hoy.
Estamos aquí ante un problema de representación política muy de fondo. La debilidad de los partidos, reducidos a pequeños núcleos básicamente asentados en Lima, sin militantes o cuadros suficientes, sin presencia nacional, terminan siendo plataformas para la postulación de “personalidades” regionales o provinciales. ¿Quiénes aspiran y pueden lanzar candidaturas exitosas? Excepcionalmente, se trata de figuras con méritos en la gestión, el prestigio académico o profesional. Sobre todo, se trata de figuras que manejan recursos propios y que entienden la política como la extensión de sus actividades empresariales. Y, en los últimos años, el crecimiento regional ha estado muy asociado a diversas modalidades de informalidad.
Además, como he señalado antes, los liderazgos partidarios han perdido incluso el papel de ‘gatekeeping’ que hasta no hace mucho tenían, con lo que la proliferación de intereses particulares termina haciendo indistinguibles las plataformas partidarias.
Cuando se habla de identidades partidarias, constatamos en el mundo que son muy difíciles de construir, que una vez consolidadas pueden permanecer mucho tiempo, pero que, una vez producido un colapso partidario, la reconstrucción es extremadamente difícil. Quienes sí tienen ambiciones políticas son políticos desgastados y desprestigiados, y personalidades con recursos y ambición, pero poca identidad y programa político; por ello, funcionan relativamente como candidatos, pero luego resultan pésimos gestores.
En el otro extremo, políticos y redes políticas con ideología y programa carecen de líderes que los hagan viables electoralmente. Es un mal que afecta al socialcristianismo, a la socialdemocracia, a la izquierda, a la derecha liberal, al Apra. Pero también, después del atrincheramiento reciente y del respaldo a Dina Boluarte, a la izquierda y a la derecha radicales en el Congreso.
En medio de esta precariedad, en algunas otras dimensiones el país sigue, paradójicamente, su marcha. Gracias a que algunas áreas clave de la economía, la sociedad y el Estado funcionan con alguna autonomía y no han caído presas del patronazgo, del clientelismo, de estructuras corruptas y oportunistas. De allí, y de los políticos “sanos”, presentes también en diferentes tiendas, es de donde deben salir las energías que nos saquen del hoyo en el que estamos.