Aunque este cuarto trimestre parece haber arrancado un poco más flojo de lo esperado a nivel económico, los resultados de la producción nacional a lo largo del 2024 nos demuestran una evidente mejora que contrasta con los paupérrimos resultados con los que la economía peruana cerró el 2023. Si todo avanza como se espera y no se dan disrupciones en los últimos 20 días del calendario, la economía peruana podría crecer cerca del 3% al cierre del 2024.
En comparación con el año anterior, este llegó con importantes avances en diversos indicadores, como la recuperación del consumo privado, el repunte de la inversión privada (que registró su mayor crecimiento en tres años este tercer trimestre), una balanza comercial que anota superávits mes a mes y otros grandes anuncios que han impulsado la confianza empresarial, como la inauguración y puesta en marcha del megapuerto de Chancay. Si bien el crecimiento del país está lejos de los niveles óptimos que se requieren para erradicar la pobreza y cerrar más brechas sociales, no es menospreciable la recuperación que se ha logrado concretar hasta el momento; más aún, en medio del incesante caos político y en manos de autoridades que avanzan sin norte ni rumbo.
Pero, como todo en la vida, detrás de estas buenas noticias económicas también se esconde una realidad que ha encendido las alarmas de muchos economistas y que, si no se le presta la debida atención, puede perjudicar de forma permanente los pilares de la fortaleza macroeconómica que ha caracterizado a la economía peruana en las últimas dos décadas y que ha costado tanto alcanzar. Se trata del déficit fiscal, un indicador clave de nuestras finanzas públicas, que al mes de octubre se situó en 4,1% del PBI. Se trata, para empezar, del nivel de déficit fiscal más alto que el Perú ha registrado desde 1992 y que está bastante alejado de la meta fiscal de 2,8% que se tiene a la fecha para el cierre de este año (la meta inicial era de 2,2% del PBI, pero fue modificada).
Lejos de ceder frente al aumento del 2023, el déficit fiscal ha ido in crescendo y se ha mantenido en niveles de 4% desde mayo de este año, mientras que la recaudación tributaria no ha logrado crecer lo suficiente para compensar los altos niveles de gasto actuales. A la par, el país sigue avanzando sin las reformas claves que se necesitan para aumentar la presión tributaria, un pendiente de muchísimos años, y tampoco se han dado avances para luchar contra la informalidad laboral; dos grandes problemas que no permiten que el país alcance o supere su potencial económico.
Es casi un hecho que el Perú volverá a incumplir su regla fiscal tras el resultado del 2023, un aspecto riesgoso para nuestra calificación crediticia si los resultados negativos se siguen sosteniendo. Y, tal y como mencionó el presidente del BCR, Julio Velarde, durante su participación en CADE Ejecutivos, nuestras autoridades parecen haber olvidado la importancia de la disciplina fiscal y los peligros de tener un déficit descontrolado, lo que nos ha llevado a un descuido total de este indicador. La gran pregunta que surge y que queda en el aire es: ¿dónde está el Ministerio de Economía y Finanzas para recordarlo?