No es una nueva idea de negocio, de esas que abundan en estos tiempos de emprendedurismo hasta en la sopa, sino una manera distinta de conocer una ciudad, con una mezcla de indignación y humor. Se trata de el Corruptour, un bus turístico que desde el 31 de agosto último se pasea por las calles de Monterrey (México) mostrando con desenfado las presuntas fechorías cometidas por sus autoridades.
En un autobús pintado de azul, que lleva grabado sobre la carrocería los rostros de políticos y emblemas de los partidos implicados en escándalos, los usuarios recorren por alrededor de una hora, gratuitamente, diversos lugares que para sus organizadores –una ONG que apoya candidatos independientes– constituyen los símbolos del oprobio y la desfachatez local.
¿Podría hacerse algo parecido por estos pagos? Sin duda. Material sobra para armar varios recorridos, unos más sórdidos que otros, incluso más extensos que el mexicano que alcanza los 24 kilómetros. Imaginen, por ejemplo, la ruta Montesinos. La parada inicial sería en el SIN y la final en la base naval del Callao, previo paso por el Pentagonito y Palacio de Gobierno. Incluso podrían hacerse recorridos extendidos por la salita del SIN, para conocer in situ el lugar donde empresarios, militares, artistas, políticos y periodistas hicieron sus enjuagues con el más grande corruptor de la historia del país.
Mucho más corta, aunque no menos atractiva, sería la ruta Comunicore. Aquí el recorrido tendría que incluir una visita al Palacio Municipal y a las oficinas donde se pergeñó –y perpetró– este escandaloso negociado, ejecutado por personal de extrema confianza del entonces alcalde de la ciudad, sin que este –según dice– sospechara de alguna irregularidad.
Más extensa sería la Ruta Tren Eléctrico. Con la ayuda de material fílmico se podría explicar cómo por más de 20 años permanecieron en completo abandono las columnas de un proyecto que empezó con un capricho, y que la hiperinflación y el escándalo –el Caso Siragusa– convirtieron por muchos años en el símbolo del dinero mal usado. La Municipalidad de San Borja podría colaborar con imágenes de los coloridos murales que se pintaron sobre las columnas para alegrar el desolador paisaje.
Para la ruta Coima bastaría con que el bus se dirigiese a alguno de los cruces más concurridos de la ciudad y esperara a que un policía de tránsito sorprendiera a un conductor cometiendo una infracción. Aquí habría que aguzar la vista para observar el momento en que el infractor, después de un amago de reclamo, entrega entre su brevete y la tarjeta de propiedad un billetito doblado para solucionar el mal rato. Los recorridos en quincena o cerca de Navidad aseguran múltiples situaciones, unas más desvergonzadas que otras.
Material no va a faltar para hacer un Corruptour limeño. Sin embargo, en una ciudad donde la cultura combi gobierna sin esfuerzo y el 41% de sus habitantes en capacidad de votar afirma sin sonrojarse que lo haría por un candidato que robe, pero que haga obra, probablemente los recorridos se realizarían con autobuses semivacíos. Sería un fracaso.