Es tal la inercia política del presente que mirar las probabilidades del futuro es un ejercicio cada vez más cotidiano. La futurología electoral del 2026 empieza a instalarse porque la fecha se acerca y lo que tenemos hoy al frente deprime.
Entonces, pensar en el futuro es una herramienta para proyectar algo de esperanza (entre los más creyentes) o simples cambios positivos. No digo que lo que venga será necesariamente mejor, pero, al menos, hay chances de que ello ocurra.
Como mencioné antes en este espacio, cuando veamos el próximo flash, deberíamos prestarle tanta o más atención al resultado de la elección congresal que a los de la presidencial. Esto, porque si algo ha quedado claro en los últimos años es que un presidente sin mayoría es una figura que tiene muy pocos espacios para emprender reformas serias. Puede destruir (el ejemplo de Pedro Castillo es manifiesto), pero no construir (nada positivo al menos).
Pero, pese al poder del Congreso, la novela principal (y la que más nos gusta) es la de la elección presidencial. Hay algunos nombres que empiezan a dar vueltas por ahí pero, nuevamente, si nos guiamos por el pasado reciente, a Pedro Castillo no lo tenía ningún futurólogo y, a Dina Boluarte, menos. Por más esfuerzos que hagamos para predecir, la realidad nos dice que nuestra próxima presidenta o presidente puede no estar hoy en la lista de nadie.
A estas alturas, manifestar abiertamente la intención de postular a la presidencia es un suicidio político. No me refiero a radicales como Antauro Humala, sino a propuestas serias y con algo de chances. Si alguien con posibilidades alza mucho la voz o levanta la mano, al día siguiente le caerán todos los opositores y los medios escarbarán hasta encontrar todos sus secretos. Me parece bien que se investigue a los candidatos. Si tienen chanchullos debería saberse desde antes, quienes pasen rápido el filtro no son necesariamente los mejores ejecutores pero, al menos, sabremos que están limpios.
No pienso que necesitemos adelantar las elecciones del 2026. Pese a la mediocridad de nuestros gobernantes (con el perdón de los mediocres), la institucionalidad del país está por encima de ellos. Completemos el período que es lo que dice la Constitución.
Sin embargo, sí creo que debemos tratar de adelantar un tanto el posicionamiento político con miras a las elecciones. No digo adelantar la campaña, esa es una carnicería que tiene sus propios tiempos. Me refiero a que el Perú no está para sorpresas. Insisto, lo “normal” sería que lleguemos a la campaña y todo se acomode recién ahí.
La elección que se nos viene es particularmente relevante. O zanjamos un período de crisis o seguimos navegándola. Los colectivos y grupos que piden diálogo están en lo correcto. Los extremos ven estos esfuerzos como puro “bla bla bla” o “caviaradas”. No lo son. Cualquier esfuerzo por llegar con menos distancia entre peruanos es positivo.
Lo más probable es que la próxima elección se juegue en los extremos. Los candidatos presidenciales son fundamentales para el arrastre de las listas congresales y la derecha e izquierda tendrán preponderancia en el resultado. Pero algo que no debe olvidarse es el rol del centro. Al final, la balanza en el Congreso y quizás en una segunda vuelta se inclinará a uno u otro lado en función de la decisión que tomen los más distantes a los extremos. Destruir o romper puentes con las opciones centristas no es una buena idea, amigos extremistas. Mañana pueden necesitarlos.
La clase política está tan desgastada que hay muchas ganas de ver surgir a nuevas figuras. El problema para quien se atreva a hacerlo en este momento es que tendrá que coexistir con la idea de que podría terminar siendo un candidato fusible. Cumplir con vender algo de esperanza, pero listo para quedar quemado antes de la campaña cuando le pase por encima la aplanadora.