Estamos entrando a un tercer momento de la dinámica política que se inició con la pandemia. El primero estuvo marcado por el enorme entusiasmo generado por la velocidad de la respuesta del Gobierno y el liderazgo del presidente Martín Vizcarra. Poco a poco, sin embargo, este se fue diluyendo y lamentablemente –por responsabilidad de gobernantes y gobernados– las extensiones de la cuarentena se tornaron incumplibles para muchos y, por lo tanto, ineficaces. Persistir en algo que ya no servía fue muy duro para la economía y, por extensión, para la calidad de vida de la gente.
El segundo momento se inició cuando hubo que abrir, pero en malas condiciones. Tuvimos que hacerlo con el virus a la altura del Altiplano y, como era previsible, los contagios comenzaron a subir sin que las complicaciones económicas cedieran significativamente. En ese contexto, cayó el Gabinete Zeballos y Víctor Zamora pagó con su fajín el fracaso.
A partir de la investidura de Walter Martos, entramos a un tercer momento. En este, con el virus en ruta hacia el Huascarán, el Gobierno ha tomado la decisión de aumentar el número de regiones y provincias en cuarentena (hasta un tercio de la población, aproximadamente) y cerrar de nuevo el país los domingos.
Dado el formato militar con el que hoy se gobierna, el mensaje fue claro: se obedece o se obedece, y el refrendo vino con uniformes y armas de combate. Ante un argumento tan convincente, la inmensa mayoría acatamos, pero son muchos los que no entienden ni comparten la decisión. Más allá de funcionarios del Gobierno, no he leído ni escuchado opinión alguna que se la juegue por la tesis de que contagiarnos solo seis días a la semana va a cambiar la curva.
La contrapropuesta de varios especialistas ha sido que se debe optar, más bien, por los cercos epidemiológicos. Es decir, identificar los lugares en los que está mayormente concentrado el virus y, en ellos, darle un seguimiento a los contagiados y a sus redes de contactos para aislarlos. Muchos se preguntan, sin embargo, si esto es viable a estas alturas para las ciudades grandes ya tomadas (Lima, el Callao, Arequipa, Trujillo, entre otras), donde ya no hay focos infecciosos, sino una infección extendida. Parece ser que esto tampoco sería factible, ya que requeriría no solo un momento diferente de la epidemia, sino recursos con los que no contamos.
Estamos, pues, ante un momento en el que, más allá de lo que los gobernados consigamos al cuidarnos, pareciera que lo que el Ejecutivo solo puede hacer es evitar lo peor (con más oxígeno, más camas UCI, mayor atención primaria, etc.), pero en el que ya no cuenta con las armas necesarias para que el virus pueda contenerse significativamente. Si es así, se extraña de parte del Gobierno una inmensa campaña de comunicación sobre esa realidad que, ojalá, venga acompañada de una entrega masiva y continua de mascarillas adecuadas y de desinfectantes de bolsillo, para facilitar que todos los usen constantemente.
El nuevo momento político se refleja en la más reciente encuesta disponible, la del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). En ella, el presidente ha bajado casi 40 puntos porcentuales con respecto al irrepetible 92% de abril. A la vez, han subido hasta el 48% los encuestados que le creen poco o nada al presidente cuando lo escuchan hablar (los que lo describen casi como un genocida porque los resultados no se dieron, ¿lo habrían hecho mejor? No lo creo, pero es Vizcarra el que gobierna y es a él al que se evalúa).
Por supuesto, todo esto tiene repercusiones políticas. El Congreso, que le dio un masivo apoyo a Walter Martos, va a ir poco a poco tomando distancia y, desde lo alto de la casi completa ignorancia sobre qué hacer pero con una mirada en las próximas elecciones, pontificará sobre las medidas que no se supieron tomar. Los congresistas también competirán en promover nuevas y más ‘audaces’ medidas populistas, argumentando atender a una población cada vez más angustiada.
A mi juicio, son legítimas y hasta necesarias las dudas y murmuraciones de las que está lleno el país. También, reclamarle al Gobierno que haga los mayores esfuerzos por mejorar sus estrategias (¡hay tantos a los que oír, que no se sienten escuchados o tomados en cuenta!). Pero, a la vez, y para evitar un descalabro mayor, toca apostar por la estabilidad política del Gabinete Martos y, muy en particular, de los dos ministerios en los que no se puede pestañear: Salud y Economía.
La vacuna llegará y ojalá que más temprano que tarde. Entretanto, corresponde a cada uno, pensando en nuestras familias, tomar todas las medidas de cuidado que sean posibles, pues es probable que, al hacerlo, contribuyamos en algo a la contención del descomunal COVID-19.