El presidente Ollanta Humala parece empeñado en sabotear a su gobierno. La víspera de la presentación del quinto Gabinete en lo que va de su mandato, se encargó de agitar concienzudamente el asunto que más ha contribuido a su descrédito en el último tiempo: la posición dominante de Nadine Heredia en el Ejecutivo.
Echó sal sobre la herida. Le dio munición a la oposición para que vapulee al Gabinete de René Cornejo.
Como reveló la última encuesta de Datum, a raíz de la crisis política que llevó a la defenestración de César Villanueva y otros ministros, una contundente mayoría piensa que quien gobierna en realidad es la esposa del presidente (62%) y que esa irregular e ilegal situación perjudica a Humala (73%). La popularidad de ambos se ha derrumbado también, en parte porque muchas personas perciben lo evidente.
A pesar de lo anterior, Humala ha realizado una defensa cerrada y a la vez inconsistente de Heredia. Insultando a la mayoría, que cree que la primera dama está aprovechando de su situación de esposa del presidente, le ha dicho abusiva, grosera, asquerosa.
El argumento para justificar el desmedido poder de Heredia es ridículo y nadie lo cree. Dice que ella es la vocera autorizada de un partido inexistente. ¡Como si el “partido” gobernara! Todo el mundo sabe que quien toma las decisiones es la pareja presidencial y que el único ministro al que tienen en cuenta y escuchan realmente es al de Economía, Luis Miguel Castilla, quien, por supuesto, no pertenece ni tiene nada que ver con el “partido”.
Ninguno de los primeros ministros ha sido del “partido” y casi ningún miembro del actual Gabinete es del “partido”. Y los que sí pertenecen a él están ahí por ser adictos incondicionalmente a la pareja presidencial y no por militar en el “partido”. Es decir, el criterio de selección no tiene que ver con la pertenencia o no al “partido”, sino con ser sumisos a la pareja.
Decir entonces que el “partido” gobierna y que eso explica y justifica el desmedido poder de Heredia es un disparate que nadie cree. La realidad es que se trata de un gobierno caudillista y antiinstitucional, en el que todo gira alrededor de la pareja, sus metamorfosis, intereses y caprichos.
Nadie en el “partido” discutió ni opinó ni tuvo la más mínima opción de decir una sola palabra sobre la duplicación del sueldo a los ministros y otros funcionarios, ni sobre el no aumento del salario mínimo, ni sobre la brusca expulsión de César Villanueva, ni sobre la designación de René Cornejo y otros ministros, ni sobre nada. Los que decidieron fueron los compatriotas Ollanta y Nadine, con la asesoría de Castilla en algunos asuntos.
Los miembros del “partido” están obligados a justificar todo lo que digan y hagan Ollanta y Nadine. Si se portan bien, reciben prebendas. Si no, postergaciones o castigos.
La inmensa mayoría hace lo que se le ordena porque está ahí precisamente para eso, para medrar del poder (como ocurre, desgraciadamente, en prácticamente todos los grupos políticos, llámense partidos o movimientos independientes). Las disidencias no se explican por desacuerdos sobre políticas o asuntos ideológicos, sino por la eventual marginación del poder y el reparto de las gollerías.
Entonces, si la explicación del desmedido poder de la compatriota Nadine no es la que alude el compatriota Ollanta (ser la portavoz del partido de gobierno) la respuesta es simple y sencilla: ella tiene poder porque es la esposa y la socia del presidente, en toda la extensión de la palabra. Socia política, socia de negocios, socia en todo.
Hasta cierto punto, Ollanta es consciente de sus enormes limitaciones y sabe que requiere de Nadine para gobernar y, sobre todo, la necesita si pretende perpetuarse en el poder y seguir disfrutando de él. Por eso la mutua atracción fatal, que paradójicamente los está perjudicando precisamente en lo que más quieren, el poder y sus beneficios.