(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Alonso Cueto

Sabemos quiénes somos por la forma de nuestra esperanza. Si en alguna otra época, la religión era un consuelo, hoy la ciencia ocupa su lugar. Los hombres y mujeres de la Edad Media, enfrentados a la peste en Florencia, echaron mano de la resignación religiosa y de las fantasías del arte. En 1348, un grupo de siete mujeres y tres hombres se reúnen en la iglesia Santa Isabel María Novella y deciden retirarse a una villa para contarse historias mientras dura la peste. Unos años después, Bocaccio los inmortaliza en su famosa obra. Los cuentos del “Decamerón” no tienen que ver con la plaga. Hablan de deseo, amor, ingenio, apetitos, humor, engaños, supersticiones, fortunas. Si los florentinos querían enfrentar a la peste, debían huir de ella.

Mucho después, a comienzos del siglo XX, la plaga de la gripe española se integró a los avatares de la Primera Guerra Mundial. Involucrado en la guerra, el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, ignoró las noticias sobre el esparcimiento de la enfermedad para no dar razones a sus enemigos. Por eso fue que muchos soldados americanos se embarcaron ya contagiados para pelear en Europa. Finalmente, el mismo Wilson iba a contraer el mal que había buscado ignorar. Durante las conferencias para celebrar el Tratado de Versalles, Wilson no estuvo del todo en sus cabales. El resultado fue que cedió a las presiones de los franceses e ingleses, para firmar unos acuerdos muy lesivos contra Alemania. Con el tiempo, esos acuerdos iban a llevar al surgimiento del nazismo. Fue así como la gripe española influyó en la historia hasta décadas más tarde.

En el 2020, la reacción ante la pandemia ha sido la depositar nuestra confianza en la ciencia. Los medios de comunicación en todo el mundo entrevistan a médicos, epidemiólogos, biólogos, expertos en historia de la medicina. Figuras de prestigio, como Anthony Fauci en Estados Unidos y Elmer Huerta en el Perú, han saltado a la fama. Son nuestros guías y consejeros. El puesto de ministro de Salud es tan o más importante que el de Economía. En ninguna cita dejamos de preguntar a nuestro médico si puede adivinar cuánto va a durar la pandemia. Por desgracia, también hay rumores y declaraciones disparatadas como la de alguna autoridad que dijo que la vacuna iba a afectar nuestro ADN. Se dice que hay vacunas que tienen el setenta y otras el noventa por ciento de efectividad. En los países desarrollados, se lamenta la lentitud con la que se está aplicando. Hay algún caso reportado de un vacunado que ha vuelto a contraer el virus. Pero, en general, este año ha mostrado cómo nuestra época ha hecho una apuesta a fondo por la ciencia y por su hija natural, la tecnología.

Es gracias a la tecnología que las sociedades han podido continuar su marcha. Recursos como las videollamadas colectivas y las reuniones virtuales se han vuelto indispensables para nuestra vida. La verdad se refleja en la pantalla y su voz viene del celular.

La idea de las ceremonias, en cambio, por ahora se ha vuelto peligrosa. Las ceremonias religiosas, las ceremonias fúnebres, las ceremonias del cine y el teatro, las ceremonias de amigos y familiares celebrando el Año Nuevo. Todo eso ha quedado atrás por el momento, aunque volverá. Mientras tanto la poesía se ha adaptado a los monosílabos de vocales repetidas y sonidos rápidos como “zoom” y otros. Las palabras preferidas por la tecnología hoy sugieren velocidad y contacto, un bien deseado. La poesía nunca desaparece. Hoy presta su magia verbal para validar a la tecnología que nos sostiene.

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