El Cormorán de las Islas Galápagos es un ave que evolucionó hasta dejar de volar. La abundancia de alimento en las aguas de la zona, así como la ausencia de depredadores, transformaron sus alas en deshilachados remos con los que ya no consigue —ni necesita—elevarse sobre la superficie.
También por falta de uso, es posible que la evolución humana desemboque en la drástica reducción de nuestras orejas, que quizá sigan siendo útiles apenas para colgar aretes y enganchar gafas.
Porque hablamos mucho de una serie de temas políticos, pero ya casi no nos escuchamos. Oímos, pero casi siempre se trata de nuestras propias voces o las del coro al que pertenecemos. El diálogo, esa contienda hambrienta de conclusiones y acuerdos, parece nada más que una aspiración platónica, una práctica reemplazada, en el mejor de los casos, por soliloquios intercalados.
Ya sea que hablemos de la Ley Pulpín, la Unión Civil, el Proyecto Conga o la Comisión de la Verdad, lo que hacemos, desde la derecha y la izquierda, suele acercarse más a la mera expresión pública de lealtad a un ideario o a un grupo —o a la denigración del otro— que al ejercicio argumentativo que busca esclarecer las cosas.
¿En contra del Proyecto Conga? ¡Caviar! ¿A favor de la Ley Pulpín? ¡Explotador! ¿En contra de la Unión Civil? ¡Cavernario! ¿A favor de la Comisión de la Verdad? ¡Rojo!
Así las cosas, oportunidades cruciales para la discusión pública se desaprovechan unas tras otras, deviniendo en juegos tribales como los de las barras bravas, donde la creatividad se agota ridiculizando las posturas del otro bando y las voces quedan afónicas de tanto gritar consignas que en el fondo no dicen mucho más que “¡Nosotros somos nosotros! ¡Ellos son ellos!”.
Un ejemplo más extremo de esto ocurre en los Estados Unidos, donde según el Pew Research Center se vive la polarización política más aguda de, por lo menos, los últimos veinte años.
Prueba de ello es que el presidente Obama acaba de pronunciar, ante un congreso mayoritariamente opositor, un discurso en el que defendió sus convicciones y metas y garantizó, sabiendo lo que puede esperar de los republicanos, que no se alcanzará ningún acuerdo. Ése es el estado de la unión.
La polarización aguda eleva el protagonismo de los elementos más extremos y no necesariamente más representativos del espectro político. Radicaliza la discusión y debilita las voces capaces de generar consensos y consolidar acuerdos. Quizá no sea exactamente nuestra situación hoy. Pero casi. Y no olvidemos que lo fue en la segunda vuelta de la última elección presidencial.
En un ambiente cada vez más cargado de insultos, acusaciones de corrupción, aparentes seguimientos ilícitos y cortinas de humo, la ausencia de diálogo y una nula capacidad de consenso podría enfrentarnos, en cuestión de meses, a un escenario similar.