Cazando un corazón, por Pedro Suárez-Vértiz
Cazando un corazón, por Pedro Suárez-Vértiz
Pedro Suárez Vértiz

Esta historia es absolutamente real y siempre hace las delicias de mis amigos publicistas, cineastas, productores y editores. Demuestra muchas cosas, pero fundamentalmente el éxito de la creatividad inteligente y con sensibilidad. Le ocurrió a mi amigo Pacho, compañero escolar de toda la vida. Fue el primero de todos los de la promoción en irse a vivir fuera con su enamorada. A los 17 años ya estudiaba diseño gráfico en Miami. Muchas veces su mamá le enviaba personas que viajaban a Orlando para que él, los fines de semana, pueda ganar plata. Esta continua actividad lo volvió un exitoso guía turístico. Tenía muchos amigos que le caíamos desde Lima –incluyendo a Arena Hash en pleno– para pasarla bien, porque Pacho es muy generoso, inteligente y sobre todo chistoso. Alquiló un departamento en la playa, se compró una camioneta van nueva y manejaba sus horarios como quería. Unas vacas flacas, de esas que forman parte de la vida cuando te va tan bien, en cualquier momento iban a llegarle. Y así fue.

Saboreó por primera vez el tener que conseguir dinero de la calle, sin la ayuda de su mamá. Tenía solo 20 años, así que esta prueba fue providencial para lo que es hoy: un exitoso agente de bienes raíces en Perú y Florida, además de experto en técnicas de PNL (terapias para rediseñar la manera de pensar de alguien a favor de su bienestar y productividad). Pero bueno, pagó un buen derecho de piso por ello.

Yo andaba mucho de gira, por lo cual después de mucho tiempo lo visité. Ya estaba Pacho completamente establecido luego de algunos años de duro aprendizaje. En ese viaje conversamos muchísimo y aquí empieza la curiosa historia: las veces que estuvimos en la calle y fuimos a una tienda de curiosidades en South Beach, veía que adquiría de vez en cuando algún objeto con la marca Marlboro. Pacho no fumaba, por lo que pensé que eran encargos, pero no. Eran para él. Asumí que le gustaba el logo o que los objetos eran bonitos y que solo por coincidencia eran de Marlboro. Le pregunté: “¿Por qué compras cosas de Marlboro?”. Y empezó con su historia.

“El negocio de pasear turistas cayó de golpe, ¿recuerdas? Me quedé misio por no tener un trabajo adicional. Discutí con mi familia de Lima y los culpé de mi situación. Me peleé con mi novia. Me costaba mucho buscar trabajo y las cuentas me estaban tragando vivo. En plena tormenta tuve que dejar mi departamento de la playa y, como había vendido la van, un amigo me prestó su auto para mudarme. Al cerrar la maletera, mis cosas destrozaron la luna trasera y la lluvia inundó y malogró todo el carro. Manejé como pude hasta otro condado para regresar al humilde departamentito que alquilé cuando recién llegué. Encima era mi cumpleaños y absolutamente nadie me había saludado. Jamás me sentí tan triste y olvidado. Llegué al viejo edificio y exhausto bajé lo poco salvable del auto. Entré al vacío departamento de 25 m cuadrados y encontré un sobre a mis pies. Me pareció muy extraño. Lo recogí, abrí y saqué un tarjeta que tenía una foto del Gran Cañón del Colorado con la frase: ‘En un país tan grande tus sueños no pueden ser pequeños. Felicidades. Tus amigos de Marlboro’. Me puse a llorar. El mensaje me llegó al alma. Fue el poquito de cariño que necesitaba para sobrevivir. Los únicos que se acordaron de mí”.

Luego de su relato pensé: “Con razón el disco más reconocido de la historia se llama La Banda del Club de los Corazones Solitarios del Sargento Pimienta. Siempre hay un momento de fragilidad en todo ser humano que lo vuelva vulnerable afectivamente. El marketing que busca lazos humanos domina ese concepto. Los publicistas de esa marca de cigarrillos sabían de esa desolación social que sufren muchos en el primer mundo, y dieron en el blanco: el corazón de mi gran amigo Pacho. Moraleja: No hay nada como unas buenas palabras en el momento preciso.

Esta columna fue publicada el 3 de diciembre del 2016 en la revista Somos.