Un presidente con silencios ensordecedores; el líder del partido que lo ayudó a llegar a Palacio de Gobierno y que le reclama, en forma pública, su cuota de poder; un golpe de timón que saca a ministros cuestionados, pero que, al mismo tiempo, genera divisiones en la línea oficialista y convierte de la noche a la mañana a otrora enemigos políticos en amigos.
A casi tres meses de la asunción de mando del primer maestro rural y el primer izquierdista que llega por la vía de las urnas en el país, el gobierno del presidente Pedro Castillo enfrenta múltiples encrucijadas que, a la larga, podrían frustrar las expectativas que ha despertado en el sector de la población que lo respaldó y que, habitualmente, se siente marginado de las grandes decisiones políticas.
Si bien en los últimos días disminuyó, en algo, la turbulencia económica con la ratificación de Julio Velarde en el BCR y la sustitución en la Presidencia del Consejo de Ministros del inefable Guido Bellido por la excongresista Mirtha Vásquez y de otros ministros cuyas hojas de vida están manchadas por gruesas imputaciones, no existen indicios de que esta ventisca primaveral será duradera.
Primero, porque el hombre que lo arropó hace un año en su partido y que lo ayudó a alcanzar la primera magistratura, el secretario general de Perú Libre, Vladimir Cerrón, ha iniciado una carrera suicida que solo puede augurar el fondo del precipicio. No apenas para él, sino para todos los que conforman el Gobierno.
Abona a ello el anuncio hecho por Cerrón de que su partido no le dará el voto de confianza al nuevo Gabinete Ministerial debido a que se retiró del primer escalón a algunos de sus incondicionales y no se nombró a quienes pertenecen a su círculo. Vale decir, el más genuino clientelismo que la izquierda siempre repudió de los gobiernos anteriores, pero que parece no importarle ahora al político de Junín.
Como siempre existe justificación para todo, él ha dado un vuelco al argumento. Justifica su exaltación ante los cambios y, acorde con la imagen de lenguaraz que se ha ganado a pulso, arguye que estos serán interpretados como un signo de debilidad que envalentonará a los opositores. En parte, puede tener razón, pues sus enemigos se están regodeando con la disputa.
Pero en un análisis más fino, resulta conveniente señalar que la actitud altisonante de Cerrón carece de novedad en la historia. Ya que él se proclama marxista convicto y confeso, surge la necesidad de recordarle que Lenin, hace 104 años, definió el concepto de “infantilismo de izquierda” para reflejar a un grupo del Partido Comunista que exhibía un discurso radical, pero que no era capaz de entender de manera adecuada el manejo del poder.
Cerrón puede ser demasiado vocinglero y una gran fuente de perturbación política, aunque no es ni remotamente el único dolor de cabeza que enfrenta el Gobierno. Los nombramientos cuestionables, el secretismo, la falta de transparencia en varios asuntos que debieran ser públicos, sumados a los profundos vacíos comunicacionales esgrimidos desde el 28 de julio, avizoran también otros flancos de erosión.
Sin mayoría en el Congreso, el mandatario debería tener presente que el apoyo ciudadano es veleidoso. Que el 42% de la popularidad de la que goza en este momento, según las encuestas, podría estar apenas expresando el optimismo que todo nuevo gobierno despierta ante posibles mejoras.
A menos de que el Gobierno comience a mostrar resultados con rapidez, dichas cifras se revertirán con la misma velocidad con la que se elevaron dado que la paciencia es un bien escaso en la política nacional. Más ahora que los peruanos soportamos una crisis tras otra durante el último quinquenio y cuya reiteración sacaría de quicio hasta al más parsimonioso monje budista.
Pero no es solo eso. Además de los habituales errores de quien ejerce el gobierno por primera vez, llama la atención que Castillo haya optado por una nula comunicación política, reduciendo la dinámica a mensajes en Twitter, monosilábicas declaraciones a la prensa o discursos en plazas públicas en las que luce todavía como candidato en campaña y no como el hombre que gobierna a todos los peruanos.
Quizás contribuyan a ello los rasgos de su personalidad, la aún insondable injerencia de su círculo íntimo o una pertinaz desconfianza hacia la gran prensa a la que, al parecer, no le perdona la parcialidad que tomó a favor de su contrincante en la segunda vuelta.
Sea como sea, la política también es comunicación. Son inexistentes los gobiernos de cualquier signo ideológico que se sostienen al margen de ella, pues los silencios apenas permiten que otros llenen ese vacío y nunca serán beneficiosos para el actor político mudo. ¿Cómo mantener el respaldo ciudadano omitiendo la comunicación eficaz y la información sobre las acciones que se realizan o pretenden realizarse?
Por el momento, el Gobierno todavía disfruta del viento de cola a favor, gracias a los sondeos y a que cuenta con una oposición desarticulada, plagada de voceros sin filo, carente de nuevas ideas o incurriendo en desatinos, como la incursión reciente de Keiko Fujimori en las filas de Vox, el partido neofascista español que se caracteriza por un virulento discurso antivacunas, racista y xenófobo, entre otras perlas, más ligadas a la Edad Media que al siglo XXI.
Pero sabido es que nada dura para siempre, menos las lealtades en la política peruana que, de un tiempo a esta parte, aparecen o se esfuman tan rápido como circula la edición del diario “El Peruano” con un nuevo nombramiento.
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