Seis meses después de que asumió la presidencia de la República, Pedro Castillo concedió su primera entrevista al periodista César Hildebrandt. Por la vaguedad de sus respuestas y la inadvertencia de su silencio durante medio año en aquella tertulia, quizá el jefe del Estado creía que recién se ceñía la banda presidencial. Aunque un repaso más sistemático de sus réplicas nos lleva a suponer que, de cuando en cuando, Pedro Castillo se sube a una máquina del tiempo que le impide apreciar la realidad vigente.
Por ejemplo, cuando afirmó que estaba “dispuesto a que se hagan todas las investigaciones” y dar “todas las facilidades” a la fiscal anticorrupción Norah Córdova, pareciera que hubiera retrocedido a algún día previo al 20 de diciembre del 2021. Como se recuerda, en aquella ocasión, la Fiscalía no pudo ingresar a la oficina de secretaría del Despacho de la Presidencia por una orden del propio Castillo, según se consignó en un acta de la diligencia. Una negativa de colaboración que se repitió dos días después. Extrañas “facilidades” las que otorga la defensa del jefe del Estado que, en paralelo, pide la exclusión del fiscal encargado de la intervención.
También pareciera que la asunción de mando no se hubiera producido y el presidente Castillo no hubiera nombrado a personas sin ninguna experiencia ni capacidad, entre otros, para los ministerios del Ambiente y Transportes y Comunicaciones. De otra forma, no hubiera respondido “déjame evaluarlo” cuando Hildebrandt le interrogó por la falta de energía (en un exceso de generosidad) en los titulares de ambos sectores, como si seis meses de escándalos e ineptitud no hubieran ya transcurrido.
A lo mejor Castillo cree que estamos en diciembre del 2019, cuando surgió la alerta del virus del COVID-19 en Wuhan, o en marzo del 2020, cuando se reportó el primer contagio en el Perú. Porque esa tendría que ser la fecha para la validez de su excusa de que “si no hubiésemos tenido la pandemia, quién sabe si por lo menos parte de lo prometido ya estaría encaminado por lo menos”.
Cuando le preguntaron por su origen sindical en el Conare, el mandatario alegó que no tenían “nada que ver con el Movadef” y que hicieron un “deslinde absoluto con el Movadef”, como si estuviéramos recién en el año 2011, en los albores de dicho movimiento prosenderista. ¿Acaso deslindó de su amiga, Mery Coila, secretaria de organización regional del Movadef en Tacna? Si así fuera, ¿cómo Coila llegó a ser presidenta del Fenate-Perú, el frente que encabezaba Pedro Castillo durante la huelga magisterial del 2017? ¿Por qué desde el 2021 –y ya con Castillo en el poder– Coila lidera la creación del Partido Magisterial y Popular? Esto, sin considerar a los dos delegados del Movadef que integran el Fenate, como sindica un reportaje de El Comercio, o a los 249 militantes de Perú Libre que figuraban en los planillones del Movadef.
El presidente Castillo sugiere una especie de apertura de su gobierno al designar al imberbe en hidrocarburos Daniel Salaverry a la cabeza de Perú-Petro: “[Salaverry] ha sido una de las personas más críticas a mi gobierno y a mi candidatura”. A lo mejor, Castillo se refiere al Salaverry que fue vocero del fujimorismo entre el 2016 y el 2018, y no al que se autoproclamó su vocero en junio del 2021.
“Es fácil ser candidato y llegar a ser presidente. Pero es difícil gobernar”. Esta última frase de Pedro Castillo quizá resuma mejor el viaje en el tiempo de un mandatario que ni siquiera estaba preparado para ser postulante.
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