Maite  Vizcarra

Desde que la pandemia del COVID-19 nos zarandeó a todos en todas partes, muchos supuestos asumidos como inamovibles también sufrieron el remezón. Uno de esos marcos teóricos de la modernidad es el papel del capitalismo y su utilidad real para crear bienestar.

Sin embargo, tal y como explica el economista Branco Milanovic en su libro “Capitalismo, nada más”, hoy todo el planeta opera bajo los mismos principios económicos del sistema capitalista. Esto sucede tanto en las democracias occidentales, en las que impera lo que llama “capitalismo liberal meritocrático”, como en China, donde existe lo que define como “capitalismo político”. Y el capitalismo ha demostrado tal nivel de flexibilidad, adaptabilidad y resiliencia que ni siquiera un ‘shock’ tan brutal como el que generó el COVID-19 ha acabado con él.

También es cierto que el impacto de la pandemia ha dado lugar a nuevas lecturas del sistema capitalista, que tratan de corregir sus protuberancias para hacerlo más llano en resultados para todos. Ahí está el llamado “capitalismo consciente”, el “capitalismo del siglo XXI” (Thomas Piketty) y propuestas en la zona de la frontera como el “capitalismo público” del “estado emprendedor” (Mariana Mazzucato).

Entonces, ni la crisis financiera, ni la pandemia, ni el auge de China parece que vayan a poder con el capitalismo, aunque sí que seguirá experimentando mutaciones que lo irán adaptando a las nuevas realidades, al tiempo que seguirá moviéndose de forma pendular desde equilibrios con más mercado y menos regulación, a otros con menor peso del mercado y mayor regulación. Parece entonces que es necesario buscar nuevos mecanismos de relegitimación del sistema, que pasan ineludiblemente por reducir los extremos niveles de desigualdad que se han alcanzado y que la pandemia evidenció. Ya no basta, entonces, con dejar actuar al mercado y luego modificar sus resultados a través de la redistribución ‘ex post’, sino que parece necesario plantear mecanismos de pre-redistribución para que los resultados que arroje el mercado sean menos desiguales.

Y qué duda cabe de que, entre esos mecanismos de pre-redistribución, los que se conectan con dos tipos de capitales son la clave para mejorar la movilidad social y al final del día cerrar más brechas sociales. Me estoy refiriendo al conocimiento y a la adopción tecnológica.

Estos dos insumos son los que dan lugar a un nuevo discurso que ya está trascendiendo el mundo de los amantes de la tecnología –los ‘geeks’– o los directamente vinculados –programadores y ‘techies’ en general–, para empezar a tomar ribetes más amplios. En un discurso del 2018, el expresidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, daba pie a lo que podemos llamar “capitalismo tecnológico”, que se sustentaría en tres acciones concretas. Primero, acelerar el crecimiento inclusivo y sostenible, lo que comprende sentar las bases de la economía digital para competir en el futuro. Segundo, en invertir más –y de manera más eficaz– en las personas, a fin de prepararlas para los empleos del futuro. Y, tercero, en mejorar la participación de la ciudadanía en sus gobiernos a través de la tecnología para crear mejores regulaciones a favor de la creatividad y el emprendimiento.

En tiempos en los que ya no queda duda de que en el Perú –al igual que en países vecinos como Ecuador– las economías ilegales y subterráneas están expandiendo sus niveles de influencia a picos que nos podrían llevar a la anomía total, es crítico que empecemos a analizar más qué es esto del capitalismo tecnológico, para darle la vuelta a la tuerca. Un dato final: el nivel de software que el Perú exporta a países de la región como Chile, Bolivia y Costa Rica viene en un ascenso considerable, habiendo crecido un 35% en el 2023 respecto del año previo. Allí hay un tipo de producto no tradicional que no depende ni del clima, ni de las plagas, ni de las tomas de carreteras, que no estamos viendo y que es necesario promover con furia.

Maite Vizcarra es Tecnóloga, @Techtulia

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