“¡Brillante!”, escribió Bill Gates comentando la reciente obra “Capitalismo sin capital”, de Jonathan Haskel y Stian Westlake. Según los autores, la inversión realizada en cemento, ladrillos y maquinarias no es lo que determina el futuro de un país. La inversión que sí es decisiva se realiza en valores intangibles, como las ideas, estética, marcas, conocimientos, redes, relaciones y software, todo lo cual es poco visible y difícil de cuantificar. Pero, si la inversión es intangible e invisible, ¿cómo llevar la cuenta? ¿Cómo adivinar el futuro productivo? ¿Cómo ponerle nota a nuestros gobiernos y empresarios?
De otro lado, confieso mi sorpresa por el llamado congratulatorio de Gates, no por desacuerdo con su argumento, sino por lo tardío de este. Es que recuerdo con claridad un día hace seis décadas cuando, sentado en un salón de clase de posgrado en una universidad norteamericana, escuché fascinado una exposición acerca del reciente descubrimiento realizado por el economista Robert Solow. Según los cálculos de Solow, la “inversión” explicaba apenas un 18% del crecimiento en el producto por persona de los EE.UU., quedando un “residuo” de 82% de la mejora en el nivel de vida sin explicación. Desde esa fecha, los economistas vienen buscando explicaciones y la atención principal se ha puesto en factores “invisibles” o “no tangibles” tales como los que menciona Gates. Años después, Solow recibiría el Premio Nobel por su descubrimiento.
Pero el hallazgo del capital intangible tiene un antecedente mucho más antiguo y famoso en Adam Smith, quien nos hizo “ver” la efectividad productiva del mercado libre, que muy bien podría ser considerado un software, o “programa” de interacción humana, y que mejora los resultados de la interacción productiva. Otro “software” identificado por Smith fue el de la especialización laboral –otra forma de inversión– cuyo efecto consiste en elevar la productividad del trabajador. Lamentablemente, los avances de Smith en cuanto a la explicación del crecimiento económico fueron acompañados de un craso error –afirmar que los servicios no debían considerarse parte de la “producción económica”–. Este error fue compartido por muchos de los primeros tratados sobre economía, pero eventualmente fue desechada –excepto por Marx y sus seguidores, quizás porque el carácter dogmático del marxismo lo blindó del sentido común–. Actualmente, negar la realidad productiva de los servicios implicaría borrar de las cuentas el 80% del PBI de los Estados Unidos, el 78% del PBI del Reino Unido y Bélgica, y el 71% del de Japón. Incluso en la China comunista los servicios constituyen el 53% del PBI.
Otros descubrimientos fueron creando una mayor conciencia del papel del “capital invisible,” anunciado por Gates. La economista Elinor Ostrom fue reconocida con un Premio Nobel por sus descubrimientos dentro del mundo poco visible de las prácticas comunales o sociales en el manejo de bienes comunes. Otro caso fue el Premio Nobel otorgado al economista e historiador Douglas North, quien enfatizó e ilustró el papel de las instituciones en el desarrollo económico de Europa y los Estados Unidos, teorías que luego influyeron en el trabajo de Hernando de Soto.
Finalmente, gran parte del “capital intangible” de un país no se encuentra en los balances de personas o de empresas individuales, sino que constituye un capital colectivo, ya sea de un país o de una región. Por ejemplo, hay nombres geográficos que adquieren valor como marca, como “pisco”, o “reloj suizo” o “perfume francés”. Uno de los mecanismos más potentes para la creación de capital intangible ha sido la urbanización porque el “apachurramiento” de millones de personas crea enormes economías de escala, generando altas economías de especialización, aprendizaje y distribución. Además, a diferencia de la mayoría de los valores intangibles o invisibles, la urbanización genera un valor monetario que sí es fácil de medir –el precio del metro cuadrado– que refleja el valor de la ubicación. Trátese de los negocios o de la calidad de la vida personal, el precio de cada metro cuadrado refleja una verdadera “productividad.” Aunque no es novedoso, la llamada de atención que hace Gates, pidiendo más atención a las múltiples formas y roles del capital invisible, tiene enorme vigencia.