Mi carrera futbolística comenzó a los cinco años, cuando jugaba en las calles de Bauru con pelotas hechas de medias rotas. A esa edad ya estaba dedicado completamente al fútbol y a los ocho era titular del equipo infantil del Bauru Atlético Club, donde permanecí hasta los 16 años, cuando llegué al Santos. Mi primer partido como profesional fue contra el Sport Club Corinthians de San Andrés, un encuentro en el que marqué mi primer gol. Desde entonces hasta 1958 traté de afirmarme, resultando seleccionado para participar, a los 17 años, en la Copa del Mundo de Suecia, conquistada por Brasil.
A decir verdad, en esa competición no tuve muchas oportunidades de sentir y analizar los estilos, las técnicas y las estrategias, porque era mi primera participación en una confrontación de tanta trascendencia y estaba embargado por la emoción.
En la Copa del Mundo 1962, disputada en Chile, pude penetrar más profundamente en los secretos del fútbol, si bien desde afuera, dado que únicamente participé en un partido, pues en el segundo encuentro sufrí una distensión muscular. En Chile varios equipos ya habían adoptado un sistema más defensivo. Sin embargo, el Mundial de 1962 no ofreció ventajas técnicas sobre lo que se había visto en Suecia y todos los equipos mostraron el mismo nivel de juego exhibido cuatro años antes.
En 1966 se implantó el estilo defensivo. Con este, el fútbol perdió mucho de su belleza, al no preocuparse los equipos de hacer goles, sino únicamente de tratar de evitarlos. Tiempo atrás, los esquemas de fútbol obedecían a las tácticas 4-2-4 y 4-3-3. En la actualidad, sin embargo, esas tácticas han sido abolidas. Si un equipo está bien preparado físicamente, puede ir y venir con todos los jugadores, sin necesidad de obedecer a una determinada estrategia. Con la táctica y la estrategia no se gana. Un ejemplo de ello lo da mi equipo, el Santos. Muchas veces alcanzamos resultados positivos gracias a una o dos jugadas aisladas o como resultado de lanzar las pelotas paradas que nada tienen que ver con formaciones preestablecidas. Mi experiencia futbolística está vinculada a jugadores con una gran capacidad de improvisación y creación, y a la circunstancia de que ellos nunca le prestaron mucha atención a una determinada estructura táctica. Allí reside la diferencia básica entre el fútbol sudamericano y el europeo, pues mientras en el primero la potencialidad es extraída de la capacidad individual de cada jugador, en el segundo aquella nota se debe más al sentido notable de organización generalizada.
En forma alguna una Copa del Mundo puede compararse con cualquier otro torneo. De ahí que todos los jugadores anhelan participar en ella. La experiencia tiene un valor preponderante en los mundiales. Debe tenerse en cuenta que en un Mundial todo puede ocurrir: alegrías, decepciones, victorias, derrotas e, inclusive, la desilusión de tener que abandonar el certamen pronto, después de haberse preparado durante tanto tiempo. Creo que, por sobre todas las cosas, un jugador piensa siempre en vencer.
–Glosado y editado–
Texto originalmente publicado el 2 de febrero de 1970