Una característica central de las elecciones peruanas es que, ante la persistente decepción que generan los gobernantes de turno, el electorado vota por el cambio: los errores y limitaciones de un gobernante determinan en gran medida las características que tendrá su sucesor. El fracaso de los militares en la década de 1970 permitió el retorno de Fernando Belaunde en 1980. El decepcionante gobierno del veterano arquitecto llevó al país a votar por un joven e impetuoso abogado en 1985. La crisis en que nos sumió el heterodoxo Alan García preparó el camino para la ortodoxia económica que predicó Mario Vargas Llosa y ejecutó Alberto Fujimori. Del autoritarismo fujimorista salimos eligiendo a un demócrata concertador como Alejandro Toledo. Sus limitaciones nos hicieron volver los ojos hacia García.
En el libro “Opinión pública 1921-2021”, que publiqué en el 2010 escribí: “Quien aspire a la presidencia del 2011 tendrá que construir una imagen opuesta a la de García, en lo que esta tenga de desagradable para la población. Una investigación cualitativa de Ipsos encontró que García es percibido como una persona inteligente y preparada pero también soberbia y poco creíble. Por lo tanto, los candidatos que aspiren a sucederlo deberían procurar transmitir sencillez y sinceridad. Del mismo modo, si el gobierno aprista concluyera con una imagen de corrupción, el electorado estará más inclinado a votar por candidatos que transmitan honestidad y energía para enfrentar la corrupción”. Como se sabe, la mayor parte del país votó por Ollanta Humala en el 2011 al ver en él a un candidato sencillo y honesto, decidido a luchar contra la corrupción.
Cuatro años después es evidente que la imagen de Humala está completamente deteriorada. La cuestión ahora es cuál es el perfil alternativo por el que votará la población en el 2016. La pregunta de Ipsos sobre las cualidades del presidente ideal nos da la respuesta: En el 2010, se buscaba, sobre todo, una persona honesta (58%), con visión (40%), trabajadora (35%), sincera (30%), democrática (30%), líder (28%) y capaz (27%). Ahora, se busca un candidato que sea líder (52%), honrado (47%), capaz (37%), trabajador (37%), con visión (31%) y democrático (30%). Es decir, la cualidad de liderazgo ha saltado del sexto al primer lugar y ha pasado de ser mencionada por 28% a ser señalada por 52%. La otra característica cuya demanda ha aumentado es ser capaz, que pasa de 27% a 37%. La conclusión es clara, la elección del 2016 será por un candidato que transmita liderazgo y capacidad.
Un líder es alguien que guía e inspira a otros. Por lo general, es un gran comunicador, pero también puede liderarse con el ejemplo. Los mejores líderes tienen una inteligencia superior que les permite rodearse de personas muy calificadas a las que orientan y empoderan. Un gran líder sabe motivar y organizar a una colectividad para alcanzar sus objetivos. Los estilos de liderazgo pueden variar desde los más participativos hasta los más autoritarios. Los líderes más hábiles suelen moverse bien con los dos estilos: saben dialogar con serenidad, pero también tienen el valor de decidir con energía, cuando es necesario.
En el 2010 a la pregunta de Ipsos sobre los tres principales problemas del país, el orden de respuestas era: corrupción (47%), educación (40%) e inseguridad (39%). Ahora está delante la inseguridad (63%), seguida de la corrupción (52%), mientras que la educación (22%) ha sido desplazada de los primeros lugares por el desempleo (23%). El cambio en el orden revela la inquietud ciudadana por el crecimiento de la delincuencia, el crimen organizado y la violencia social, así como, en el lado positivo, un reconocimiento al cambio favorable que se aprecia en el Ministerio de Educación, donde el liderazgo del ministro Jaime Saavedra es reconocido por todos.
El Perú buscará en el 2016 un líder que pueda enfrentar la inseguridad ciudadana, pero también una personalidad con la capacidad de encender los motores del desarrollo. El país requiere sacar adelante grandes proyectos mineros porque estos dinamizan la actividad económica y generan cuantiosos recursos fiscales. Eso demanda liderazgo para lograr el compromiso de los inversionistas y la licencia social de las comunidades, pero también la capacidad de doblegar a los grupos violentistas que procurarán impedirlo. El país necesita incrementar su productividad para acelerar el crecimiento y eso supone persistir en la mejora de la educación y avanzar con mayor energía en la construcción de infraestructura. El país requiere reformas institucionales que permitan modernizar el Estado, fortalecer el sistema político, agilizar el sistema judicial, reducir la informalidad y abatir la corrupción. Todo eso demanda equipos con ideas y capacidad de gestión, pero sobre todo un gran liderazgo, que es lo que definirá el voto en el 2016.