Los análisis impresionistas sobre los resultados de las elecciones del domingo pasado se han caracterizado por apurarse en declarar como perdedores a los partidos tradicionales (“El APRA es el gran perdedor”, “el PPC sufre una derrota histórica”) o por despertar fatalismos (“Perdimos todos”, “Nadie ganó”). Así como se plantean, los diagnósticos se tornan inútiles para la acción. En el mejor de los casos se identifican homogeneidades (“ganaron los localismos”), pero rápidamente caemos en la superficialidad.
Desde 1990 todos los análisis reiteran el fracaso de los partidos. Este ejercicio resulta poco sensato porque se obvia lo fundamental: el colapso del sistema. Claro pues, genio, cómo no van a perder los partidos si todo el sistema partidario se desintegró hace ya buen rato (y la recuperación tarda, si acaso). Además, se pierde de vista lo recurrente: los partidos siguen compitiendo.
Todo análisis del desempeño electoral partidario en el Perú debería partir de la premisa de la crisis. Nunca tuvimos partidos enraizados sólidamente y lo más probable es que nunca los tengamos. Deberíamos considerar como meritorio la capacidad de los partidos de organizar ciclos electorales, ya que la especie de organizaciones con militantes está en extinción. Si comparamos a nuestros partidos con sus análogos en países poscolapso como Venezuela, Ecuador y Bolivia, no estamos mal (¡No los vas a comparar con Uruguay, pues!). ¿Acaso los partidos precolapso como el MNR boliviano o el AD venezolano obtienen, aunque sea de vez en cuando, 18% en sus capitales nacionales como el Apra?
Hacer política en un escenario de fragmentación no es sencillo. Sin embargo, en algunas regiones los partidos nacionales son competitivos. Tomemos por ejemplo las regiones de la costa norte (La Libertad, Lambayeque, Piura y Tumbes). En las 26 provincias de estos departamentos los partidos nacionales ganan 13 alcaldías provinciales, misma cantidad que los movimientos regionales. En Cajamarca, el MAS y Fuerza Popular tienen tantas alcaldías provinciales como las agrupaciones independientes. En San Martín, APP, AP y Fuerza Popular empatan a los frentes locales. Eso sí, en otras regiones, especialmente sureñas, a los partidos les va fatal. Parece que nuestro clivaje costa norte versus sur andino es tan estructural que se manifiesta de distintas maneras: pro sistema / antisistema (en elecciones presidenciales) y pro partidos / movimientos regionales (en elecciones subnacionales).
Quienes tienen la iniciativa de formar organizaciones nacionales parecen intuirlo, sobre todo los nuevos partidos. APP ha consolidado su arraigo en el norte (pero no ha crecido más que el 2010). Fuerza Popular da la pelea en el norte y en la selva central, pero sufre en el sur andino. El PPC, en su peor momento, gana 7 alcaldías en su terruño limeño. Así, el principal problema, por ahora, es cómo se organiza políticamente el sur, otrora bastión de la izquierda. ¿Es posible replicar el MAS fuera de Cajamarca? Tierra y Libertad ha ganado en Urubamba y Chumbivilcas; ese podría ser un comienzo.
Como ven, los partidos nacionales son “buenos” perdedores porque precisamente están hechos para perder y volver a competir. Los movimientos regionales, no.