Nunca la democracia, incluso en la antigua Atenas, ha sido directa; allí también hubo instancias de representación. En Atenas, el equivalente a una cámara de representantes se llamó “Bulé”. Esta fue amplísima si tomamos en cuenta que, con la primera gran reforma encabezada por Solón, que según Platón fue uno de los sabios de Grecia, este consejo tenía 400 integrantes para representar a 3.000 personas que se reunían en asamblea o ‘ecclesia’, término de donde viene la palabra ‘iglesia’.
Años después fue elegido arconte Clístenes, que amplió la representación a 500.
Más o menos una proporción de seis a uno, un criterio que, si lo aplicamos al Perú, que aproximadamente tiene 26 millones de electores, nos daría algo así como cuatro millones de representantes; vale decir, congresistas. Pero no se asuste. Esto es imposible, creo que incluso con democracia virtual; sin embargo, podría darse en el futuro a través de la inteligencia artificial (IA). Pero, más allá de la especulación, Clístenes tomó esa medida por exigencia de los “periféricos” del Ática, la región donde estaba la polis ateniense, cuyos miembros –la mayoría campesinos– querían tener representación.
Clístenes fue un “aristócrata pícaro”, como llamaba el resto de la aristocracia a la familia de los Alcmeónidas, por defender los intereses del pueblo, contrario a los aristócratas. Una especie de ‘caviar’ de la época. Siempre, a lo largo de la historia, las clases dominantes ‘condenan’ a algunos miembros de su clase que pasan a defender los intereses de las clases dominadas. Esa bronca entre clases está muy bien descrita en “La política” de Aristóteles.
Con ojo de buen cubero, Marx dijo que, así como miembros de la aristocracia se pasaron al lado de la burguesía, igualmente miembros de la burguesía se pasarán a defender la causa del proletariado. No soy de los que creen que “la lucha de clases es el motor de la historia”; existen otros factores, creencias y motivos, pero algo de cierto hay en ello.
Más allá de estos comentarios, a lo que voy es que los peruanos debemos estar bien representados en el Congreso, que, de acuerdo con la tendencia actual entre la mayoría de sus miembros, todo apunta a que sería bicameral. Habríamos regresado a lo que alguna vez Enrique Chirinos Soto llamó “Constitución histórica”. Con Enrique tuve amistad más allá de nuestras discrepancias políticas.
Con la bicameralidad se abren un poco más los espacios para la representación ciudadana. Pero, aun así, sigo creyendo que a nivel de la cámara baja seguimos subrepresentados. Incluso países con menor población que el Perú, como Hungría, que posee un hermoso Palacio Legislativo, y Uruguay, tienen una mayor representación. Precisamente, quienes más se afectan con esta subrepresentación son las regiones del país, sobre todo las que tienen menor población, como Tumbes, Madre de Dios, Apurímac y Moquegua, solo por poner cuatro ejemplos.
La representación no es solo un asunto demográfico, aunque guarda relación con ello, sino de tipo político, puesto que contribuye a empoderar al ciudadano que es uno de los objetivos para tener una democracia de calidad.
El modelo unicameral, que ha regido por 30 años, fue el producto del capricho de Alberto Fujimori y de muchos fujimoristas para controlar el Poder Legislativo y es innegable que logró su objetivo, no solo durante su gobierno, donde funcionaba el “papelito manda”, sino mucho después, cuando gobernaba Pedro Pablo Kuczynski. Esto contribuyó aún más a profundizar la crisis política en la que el Perú se encuentra ahora.
Hay diversos criterios a favor y en contra de la bicameralidad. La discusión seguirá, pero, más allá de ella, como debe suceder en toda institución política y no política, su buen funcionamiento dependerá de la condición moral y la calidad intelectual de sus integrantes.