Antonio José de Sucre fue el lugarteniente insustituible de Simón Bolívar. Nacido en Cumaná, Venezuela, el 3 de febrero de 1795, Sucre muere asesinado en Berruecos el 4 de junio de 1830, por creer sus enemigos que sería el heredero político del libertador quien ya había iniciado su larga agonía. En abril de 1823, Bolívar lo envía al Perú como su representante y antes de que se embarcara en Guayaquil hizo de él un encendido elogio: “Sucre –escribió– es un caballero en todo. Tiene la mente más ordenada de Colombia. Es sistemático y capaz de grandes ideas. Es el mejor general de la República y su primer estadista… Es el más valiente entre los valientes, el más leal de los leales, amigo de la ley y del orden, enemigo de la anarquía y verdadero liberal”.
Ya junto al libertador en el Perú, Sucre no participó en la batalla de Junín y luego del triunfo Bolívar le encargó la misión, que él juzgó humillante, pero cumplió, de reorganizar la retaguardia y recolectar armas, municiones, víveres y otros elementos necesarios para el ejército. Terminada la tarea, envió a Bolívar una carta en la que le pide dejar el país, pues ha sido injusta víctima de una afrenta incalificable. Al respecto opinaba el historiador Gerard Masur: “A pesar de sus grandes dotes, Sucre era tan sensible como una mimosa”. Bolívar le contesta de inmediato con una carta donde de manera afectuosa y firme le aclara rotundamente los hechos y Sucre retira entonces su dimisión. En octubre de 1824, luego de un minucioso reconocimiento de gran parte de los actuales departamentos de Apurímac y Ayacucho, Bolívar entrega a Sucre el mando del Ejército Unido Libertador.
Lo hace por dos razones: ya lo tenía pensado de antemano y porque por aquellos días le había llegado información oficial de una turbia conjura urdida por el general Santander, vicepresidente de Colombia y el Congreso, que lo separaba del mando del ejército. Sucre asume el mando sin ningún temor. Jamás había desobedecido una orden de Bolívar, aunque no estuviera de acuerdo con ella, ya que, tanto en varias juntas de guerra como en cartas particulares, disentía de los planteamientos de su jefe. Sucre dirige de manera impecable toda la campaña de Ayacucho.
A diferencia de Simón Bolívar, quien creía que el enemigo trataría de evitar la batalla hasta que pasara la época de lluvias en la sierra, que corresponde al verano costeño, Sucre estaba seguro de que el encuentro bélico tendría lugar antes de concluir 1824 y acertó. Luego de la victoria en la Pampa de la Quinua, Sucre, sin perder un minuto, envió un correo especial a Lima, donde se encontraba Bolívar, con la noticia “más grande que todos los mares juntos”. El libertador recibió el mensaje el 18 de diciembre y, literalmente, enloqueció de alegría. Con el mensaje en la mano y gritando incesantemente: “¡Vencimos, vencimos, vencimos!”, no cesaba de bailar mientras agitaba el papel.
Poco después, Bolívar hizo algo único. Escribió personalmente un folleto de 18 páginas, que se publicó en Lima en enero de 1825, con el título de “Resumen sucinto de la vida del jeneral [sic] Sucre”. Anunciándole la inminente aparición del opúsculo, el libertador escribió a Sucre: “Usted, créame general, nadie ama la gloria de Ud. tanto como yo. Jamás un jefe ha tributado más gloria a su subalterno. Ahora mismo se está imprimiendo una relación de la vida de Ud. hecha por mí en que, cumpliendo con mi conciencia, le doy a Ud. cuanto merece”.
Cuando Bolívar relata la reciente victoria, dice: “La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana y la obra del general Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución, divina. El general Sucre es el padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del sol; es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el Imperio de los Incas”.