Ocasionalmente juego en mi celular Angry Birds (Pájaros Furiosos). El juego fue desarrollado en el 2009 por la empresa finlandesa Rovio Enterteiment.
La trama del juego es bastante sencilla. Unos pájaros con distintos poderes y características (y con caras de muy pocos amigos) son disparados por el jugador usando una honda gigante, contra estructuras de distinto tipo, material y diseño, a fin de destruirlas y con ello ir eliminando a sus enemigos, unos cerdos verdes en forma de bolas.
El truco es entonces destruir (y hacerlo con rabia). Los Angry Birds no sonríen. Están siempre furiosos. Emiten sonidos que reflejan la rabia con la que actúan. No discriminan qué golpean y cómo lo golpean. El objetivo es pegar. La estrategia del juego consiste en escoger cuál de los pájaros debe golpear en qué lugar.
Siempre que lo he jugado he tenido la sensación de un ‘déjà vu’, es decir, de haber visto lo mismo en otra ocasión y circunstancia. No tenía muy claro dónde. Pero esta semana lo entendí.
Los Angry Birds se parecen a los fujimoristas. Sus personajes (congresistas o no) se disparan sin ton ni son contra cualquier cosa que se presente frente ellos y que ellos no hayan construido.
Héctor Becerril podría perfectamente personificar a Red, un cardenal que luego de emitir un sonido que demuestra su enojo se tumba cualquier cosa que se le cruce. Martha Chávez podría ser Matilda, un ave blanca que dispara huevos explosivos. Lourdes Alcorta se parece a Terence, un cardenal enorme que arrasa cualquier cosa. Cecilia Chacón puede asumir el rol de Chuck, un canario australiano que se acelera conforme se va acercando a su objetivo.
Los Angry Birds no son selectivos ni discriminan lo bueno de lo malo. Su rabia contenida es manifiesta. El juego no se basa en ser muy sofisticado, sino en ser agresivo. No hay diálogos ni treguas.
En el juego de mi celular el origen de la rabia está en que los cerdos verdes se robaron y devoraron buena parte de los huevos de los pájaros, por lo que estos atacan a sus enemigos en venganza y con la esperanza de recuperar parte de lo robado.
Aquí sí hay una diferencia. La rabia contenida de los Angry Birds naranjas de carne y hueso se ha formado durante más de 15 años. Su líder, luego de acumular poder, y rodeado de la arrogancia que suele derivarse de dicha acumulación, tiene que largarse del país en medio de un escándalo de corrupción generado por un asesor por el que, virtualmente, se puso la mano al fuego. Y renuncia por fax. Lo malo de la arrogancia es que cuanto de más alto se cae, más resentimiento causa la caída.
Luego el líder es apresado, traído al Perú, juzgado y condenado por una variedad de delitos, muchos de los cuales fueron reconocidos por el propio procesado. Y cuando creían que regresarían al gobierno por medio de la hija de su líder, pierden en segunda vuelta por muy poco. Y para colmo de males vuelven a perder cinco años después, esta vez por “un pelo de calvo”, es decir, por una nada. Razones para molestarse hay, aunque se equivoquen externalizándolas a terceros por sufrimiento autoinfligido por sus propios actos.
La interpelación del ministro Jaime Saavedra es un nuevo nivel de este juego. Puedo discrepar con algunas medidas del ministro (su reforma universitaria me parece lamentablemente concebida y peor ejecutada). Pero no puedo dejar de reconocer que es el mejor ministro de Educación de las últimas décadas, en una cartera que siendo central para nuestro desarrollo, ha sido la cenicienta de varios gobiernos.
Uno de los problemas del desfogue de la autorrabia de estos Angry Birds (es decir, el desfogue de la rabia generada por sus propios actos pero que se intenta desfogar contra otros) es que, además de injusta, es picona, y como toda piconería, irracional. La autorrabia se libera con actos de sincera contrición, autorreflexión y propósito de enmienda. Y es que no es lógico ni leal acusar a Saavedra de lo que se le acusa sin fundamento, menos teniendo los acusadores tanta ropa sucia en el patio trasero.