El consumo de alcohol en el Perú tiene raíces ancestrales. Según Javier Mariátegui, en tiempos del imperio incaico, bebidas fermentadas como la chicha de maíz se usaban con fines ceremoniales con un consumo controlado. Sin embargo, desde el siglo XX, estudios como los de Almeida (1940-1970) evidenciaron un aumento significativo en el consumo de alcohol, vinculándolo con la violencia, los accidentes de tránsito y los desórdenes sociales. En 1981, el 17,9% de los accidentes de tránsito en La Libertad y Lima estuvieron relacionados con el consumo de alcohol. En 1986, Cedro reveló que el 87,2% de la población había bebido alguna vez en su vida y el 46% en los últimos 30 días. Sin embargo, durante décadas, la prevención de drogas se orientó más hacia sustancias como las drogas cocaínicas y la marihuana, siendo marginales las estrategias específicas para abordar el consumo de alcohol, pese a su alto impacto social.
En la Endes 2022, el 36,1% de los mayores de 15 años reportó consumir mensualmente alcohol, lo que significa una recuperación de los niveles previos a la pandemia, con una mayor prevalencia en las zonas urbanas. El Minsa informó que entre enero y octubre del 2023 se atendieron 39.488 casos de trastornos por alcohol, un aumento del 14% respecto del año anterior. Las regiones más afectadas fueron Cusco, Arequipa, La Libertad, Junín y Piura. La OPS/OMS han advertido que el alcohol está vinculado con más de 200 enfermedades y que no existe un nivel seguro de consumo. Se estima que el 35% de los peruanos tiene problemas con el alcohol sin reconocerlo y que entre un 8% y 10% presenta indicadores clínicos compatibles con el alcoholismo. Además, la falta de políticas preventivas específicas ha permitido la proliferación de mitos que minimizan sus riesgos y fomentan su consumo, contribuyendo a su normalización en la sociedad.
El alcohol genera dependencia física y psicológica al activar el sistema de recompensa del cerebro, transformando el consumo ocasional en compulsivo. A medida que avanza la adicción, se genera un desequilibrio neuronal que induce al consumo constante para aliviar el malestar por la abstinencia. La dependencia alcohólica conlleva consecuencias graves como problemas cardiovasculares, hepáticos, mayor riesgo de cáncer (esófago, estómago, colon, mama), trastornos mentales como depresión y ansiedad, así como accidentes de tránsito, violencia y lesiones en el trabajo y el hogar. Además, se ha asociado de manera irracional al deporte con el alcohol, reforzando la idea errónea de que consumir bebidas alcohólicas es parte de una vida activa o socialmente aceptada.
Un estudio de Devida (2017) reveló que estudiantes mujeres y varones presentan patrones similares de consumo, con una tendencia creciente que se mantuvo tras la pandemia. Investigaciones de género señalan que las mujeres desarrollan problemas con el alcohol más rápidamente y con menores cantidades, debido a su menor proporción de agua corporal, lo que aumenta la concentración de alcohol en sangre y el riesgo de daño. Las mujeres, además, son más vulnerables a consecuencias físicas y emocionales más severas.
Para abordar el problema del alcohol, un estudio del 2023 liderado por la Universidad Peruana Cayetano Heredia, la Universidad Federal de São Paulo, la Universidad de Stirling, la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y la Universidad de Sheffield recomienda aplicar medidas como la regulación de precios, limitar la disponibilidad y controlar la publicidad. Se puede seguir el ejemplo del modelo de reducción del consumo de tabaco o el modelo islandés Planet Youth, que han mostrado resultados positivos a nivel mundial. Asimismo, se requiere fortalecer las políticas públicas, sensibilizar sobre los riesgos del alcohol y prevenir la violencia y los accidentes mediante la participación activa del Estado y la sociedad civil. La prevención debe incluir alternativas recreativas saludables, educación en resiliencia y restricciones más estrictas para la venta a menores, además de sanciones claras a los vendedores que atiendan a personas en estado de ebriedad. La industria alcoholera también debe asumir un rol activo en la prevención y promoción de prácticas responsables. La sostenibilidad de estas medidas dependerá de campañas educativas continuas, un monitoreo constante y una regulación eficiente.