En lo que va del siglo, difícilmente podríamos encontrar a un jefe del Estado que merezca más que se le remueva del cargo que Pedro Castillo. Argumentos para la insostenibilidad de su permanencia en el puesto sobran y son tan conocidos que ni siquiera gastaremos tinta resumiéndolos.
Se trata de una circunstancia que, como hemos dicho antes desde este espacio, debería hacer que el trabajo de la oposición, y del Congreso en general, sea sencillo. En fin, con un Gobierno tan empeñado en ponerse la soga al cuello, solo hace falta patear el banquito sobre el que está parado. Pero el Parlamento no puede hacer ni eso y lo ocurrido el lunes con el debate de la moción de vacancia ha sido una muestra de ello.
Por un lado, estuvo el desempeño de ‘Los Niños’, expresión con la que –según Karelim López– el presidente se refiere a un grupo de seis parlamentarios de la bancada de Acción Popular que operan como chicheños del régimen. Como ha dicho Fernando Vivas, sin embargo, la jornada del 28 de marzo dejó claro que lo que tiene Palacio en el hemiciclo es, más bien, todo un ‘kindergarten’ y no solo conformado por el partido de la lampa que, salvo por uno de sus miembros, optó por la (cobarde y esclarecedora) abstención. De la misma forma actuaron, por ejemplo, el legislador Enrique Wong, que se mantuvo cercano al exministro de Transportes y Comunicaciones (MTC) Juan Silva y logró que personas de su confianza tuviesen espacio en el MTC, y otros colegas de su ahora desaparecida bancada, como la cabeza de Podemos Perú José Luna Gálvez.
Por otro lado, al comportamiento de ‘Los Niños’ se sumaron las niñerías de la oposición. Por ejemplo, la presentación del abogado de Castillo se interrumpió por la necedad de la congresista de Fuerza Popular Vivian Olivos, que se negó a remover una pancarta que decía “#VacanciaYa” de su curul a pesar de que la Mesa Directiva se lo solicitó. Asimismo, las parlamentarias de Avanza País Patricia Chirinos y Norma Yarrow protagonizaron sendos papelones a lo largo del día. La primera quiso montar un ‘show’ con los funcionarios de la Organización de Estados Americanos (OEA) que se dieron cita para ver el debate llevándoles (con rueda de prensa de por medio, naturalmente) “el ‘folder’ de la corrupción de Castillo”, solo para acusarlos de avalar “el comportamiento misógino” del Gobierno cuando no la recibieron. La segunda, por su parte, hizo alusión a un bulo sobre un supuesto anuncio de lucha armada por Guillermo Bermejo si se daba la vacancia.
¿El resultado de todo? La moción naufragó al faltarle 32 votos y el mandatario que más merece ser depuesto logró otra victoria pírrica. En otras palabras, el Congreso demostró que es tan mediocre como su contraparte.
Así las cosas, si hace unos días desde esta columna hubiésemos considerado inapropiada la idea de algunos políticos, entre los que resalta el expresidente Francisco Sagasti, de procurar el famoso “que se vayan todos”, ahora nuestro ánimo es otro. Si bien Pedro Castillo es el principal culpable del trance en el que nos encontramos, el Congreso es su cómplice más consistente, aunque sea más por su torpeza que su voluntad.
Es más, el solo hecho de que el Legislativo sea incapaz de ejercer un contrapeso al Ejecutivo, perdonándole la vida a algunos de sus peores cuadros y demostrando que no tiene la capacidad ni la madurez política para remover a un mandatario como el actual, hace de la búsqueda de un nuevo proceso electoral un objetivo tan necesario como atractivo. Y respaldo ciudadano no faltaría.
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