A partir del 28 de julio mucho se terminará jugando en las manos de actores poderosos que parecen estar hoy en los márgenes. (Foto: GEC)
A partir del 28 de julio mucho se terminará jugando en las manos de actores poderosos que parecen estar hoy en los márgenes. (Foto: GEC)
Omar Awapara

La semana pasada escribí sobre cómo la legitimidad se origina a partir del proceso electoral y luego se construye o dilapida en los primeros pasos del gobernante, incluso desde antes de asumir el cargo. En cualquier sistema político –pero en particular uno como el nuestro– el orden se construye no solo desde la legitimidad, o las fuerzas ficticias, como diría Paul Valéry, sino también sobre el poder, o las fuerzas concretas. Y en ese sentido, como en el quinquenio pasado, a partir del 28 de julio mucho se terminará jugando en las manos de actores poderosos que parecen estar hoy en los márgenes.

Si afloran los potenciales conflictos que se vienen sembrando estos días, como la lucha en torno a la convocatoria de una asamblea constituyente o el presunto involucramiento de y específicamente de y Dina Boluarte en el , lo más probable es que mantengamos la dinámica explosiva del último lustro. Y para prevenir, o en todo caso prevalecer en el Grand Guignol político que asoma como la nueva normalidad –vacancias, censuras, disoluciones parlamentarias–, se requiere de poder; y no alcanza con la legitimidad, como lo puede demostrar la destitución de Martín Vizcarra pese a contar con más del 50% de aprobación.

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En esa misma línea, las dos mociones de vacancia presentadas contra Vizcarra en el 2020 son también ejemplo poderoso de que no hay límites para la voluntad en el hemiciclo, y que bastaron acusaciones de corrupción para defenestrarlo sobre la base de la manida incapacidad moral. No estamos aún en posición de saber con certeza el nivel de corrupción y sobre todo la extensión de los Dinámicos del Centro, pero queda claro que este tema podría ser esgrimido como causal de vacancia desde muy temprano, y que solo la aritmética de los votos, y no un sentido de justicia o un respeto al debido proceso, evitaría una nueva sucesión presidencial.

En ese sentido, algo que aprendimos de los turbulentos años recientes es que lo que sigue se terminaría definiendo en el límite, en una zona donde el veredicto final estuvo en las manos de actores como el Tribunal Constitucional, y de ahí la importancia de su composición futura, que se juega ferozmente estos días, y que podría terminar inclinando la balanza.

Por otro lado, del cierre del Congreso del 30 de setiembre queda la imagen de una juramentación dubitativa de Mercedes Araoz desvanecida por la foto de Vizcarra rodeado de los jefes de las Fuerzas Armadas y policiales, que empezaron a cobrar un protagonismo político no visto en los últimos veinte años. De ahí que las cartas, mítines y apelaciones a una alianza cívico-militar tengan, por desgracia, mucho más que un carácter anecdótico en el horizonte.

En situaciones límite es cuando se pondrá de manifiesto el poder. “Nada es inviable cuando existe la voluntad política”, respondió Vladimir Cerrón en Twitter a un cuestionamiento sobre la viabilidad de una asamblea constituyente. Pero lo cierto es que más que la voluntad, al final, la cuestión es saber quién es el que manda, como sentenciaría Humpty Dumpty. Eso es todo.

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Jorge Luis Salas Arenas, presidente del JNE, rechazó que se hable de fraude en las decisiones del ente electoral. (Fuente: JNE)
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