(EFE/ Antonio Lacerda).
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/ Antonio Lacerda
Patricia García

Queda claro que con el COVID-19 las personas mayores llevan la peor parte. La investigación global nos muestra que los adultos de 60 años o más, con o sin afecciones médicas preexistentes, tienen más probabilidad que otros grupos de edad de tener una infección grave y morir.

Un análisis de la data de mortalidad en el Perú nos lo confirma. Siete de cada 10 muertes en el Perú por COVID-19 corresponden a personas de 60 años o más. Los adultos en este rango de edad representan casi un 12% de la población según el INEI; es decir, estamos hablando de al menos 3’490.000 adultos mayores.

Pero esta población no es homogénea en el Perú. Tenemos personas muy funcionales que aún trabajan, ya sea en el sector formal o informal. También hay aquellos que no trabajan, porque viven de una pensión o algún fondo propio o cuentan con apoyo familiar; ellos viven solos o con su pareja. Están los padres o abuelos en familias extendidas, muchos autónomos y otros que requieren cuidados especiales. Y, finalmente, tenemos a aquellos ancianos que se encuentran institucionalizados. Estas diferencias deben tomarse en cuenta al implementar acciones. El teletrabajo, por ejemplo, ayudará a un grupo de adultos mayores, pero se necesita asegurar apoyo económico para el resto.

Hay recomendaciones para las personas mayores que deben difundirse. La más importante es mantenerse en casa, sin visitas, lavándose las manos frecuentemente y manteniendo distanciamiento social (1,5 a 2 metros), por lo menos hasta que tengamos una vacuna o un medicamento eficaz.

Pensemos también que no podemos dejarlos solos. La soledad mata y la depresión es uno de los problemas de salud más frecuentes en la tercera edad. Para los que están conectados con celulares o Internet, el “saludo virtual al abuelo o la abuela” puede hacer la diferencia. La situación es que muchas personas de la tercera edad que viven solas no tienen un celular, y el reto es cómo llegar a ellas. Una campaña solidaria de empresas telefónicas que les donen celulares es algo que podría crear ese puente, pero ello requiere también del trabajo de los gobiernos locales para identificar quiénes serían los beneficiarios. A través del celular se les podría hacer llegar dinero (bonos o pensiones) y teleatenciones de salud, además les serviría para hacer pedidos de alimentos o medicinas. El riesgo del delivery es bajo si el cliente y quien entrega la compra, usan su máscara y mantienen el distanciamiento social, además del uso frecuente de alcohol y el lavado constante de las manos. También es necesario que quien haga el delivery chequee todas las mañanas y tardes su temperatura; y si tiene fiebre o síntomas compatibles, se quede en casa.

Los adultos mayores y sus familias, si las tienen, deben ser capaces de reconocer los síntomas del COVID-19 y saber qué hacer si estos se presentan: llamar al 113, registrarse en y tener un plan para la atención de salud y acceso a los medicamentos que requieren para las otros problemas de salud que van a seguir presentándose. El Estado y los gobiernos locales deben asegurar un sistema eficiente de respuesta visitando a aquellos que llaman porque tienen síntomas, haciéndoles las pruebas diagnósticas, evaluándolos por si requieren atención médica inmediata y dejándoles un pulsoxímetro para medir fácilmente si oxigenan bien, además de monitorearlos de manera remota. La vacunación contra la influenza y el neumococo no puede esperar más.

Las instituciones que albergan ancianos y los asilos son de alto riesgo. En estos locales hay que tomar acciones rápidas y drásticas: restricción de visitas de familiares (usar las vías virtuales es más saludable); cada persona de la tercera edad debería estar en un cuarto individual muy bien ventilado, y casi en aislamiento pero no abandonada, y evitar las actividades grupales. El personal de estos centros representa el riesgo más grande para los ancianos que cuidan. Chequeos de temperatura y síntomas al menos al inicio y final de cada turno deben ser mandatorios, así como el uso estricto de mascarillas y frecuente lavado de manos. Y para los cuidadores más cercanos, lo ideal es mantenerse también sin salir de casa.

Esta pandemia ha desnudado el abandono en el que hemos tenido por décadas al adulto mayor. La respuesta para su protección tiene que ser coordinada e incluir a los ciudadanos, las familias, los gobiernos locales, al Gobierno Central y al sector privado. Hay muy pocos servicios dirigidos a esta población y están además fragmentados. No hay mucho tiempo para actuar. Convirtamos este problema en una oportunidad.

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