El pasado 24 de noviembre, tras seis años de negociación, se firmó el acuerdo definitivo de paz entre el Gobierno Colombiano y las FARC. Luego de 52 años, Colombia parece cerrar su capítulo más oscuro que dejó 7,3 millones de desplazados, 215 mil homicidios, 83 mil desaparecidos y más de 30 mil secuestrados producto de una guerra entre guerrilleros, paramilitares y agentes estatales.
Si bien las FARC nacieron en 1964, la mayoría de víctimas del conflicto se produjo en una década: entre 1995 y el 2005. Desde entonces se instaló un fenómeno denominado ‘empate técnico negativo’; es decir, ni las FARC podían tomar el poder por las armas, ni el Estado podía eliminarlos. Con la llegada del presidente Juan Manuel Santos, en el 2010, comienzan los acercamientos para iniciar una negociación de paz dividida en tres etapas: 1. La fase secreta, donde se creó una agenda específica de negociación. 2. La fase pública, donde se negoció punto por punto lo acordado (realizada en Cuba). 3. La fase de la implementación, que ahora empieza.
La negociación de La Habana se basó en tres principios. Primero, que nada estaba acordado hasta que todo lo estuviera. Así, la negociación era un paquete completo y cada punto negociado no podía implementarse hasta que no estuviera la agenda completa. Segundo, que se negociaba en medio del conflicto. Es decir, que lo que pasaba en Colombia no afectaba La Habana y viceversa. Tercero, se negoció sin participación social.
Estos principios provocaron dos situaciones. Por un lado, se vivían dos procesos de paz: uno en La Habana que caminaba bien y otro en Colombia que iba bastante mal. Por otro, el desconocimiento durante años por parte de la sociedad de lo que se negociaba.
Ambas situaciones fueron aprovechadas por la oposición de derecha que lidera el ex presidente Álvaro Uribe, quien, a pesar de tener una fuerza minoritaria a nivel local y legislativo, goza de una popularidad grande a nivel urbano. Este partido es apoyado por los grandes propietarios rurales –ganaderos y agroindustriales–, muchos de ellos en problemas judiciales por el despojo de tierras a pequeños campesinos en el marco del conflicto armado. Este empresariado rural sabe que si hay paz les toca regresar la tierra despojada, por eso la rechazan. Así que esta élite rica sumada a la indiferencia y desinformación llevó a que el 2 de octubre ganara el No, lo que obligó a una nueva renegociación que culminó con la firma del Nuevo Acuerdo y la refrendación mediante el Congreso de la República el 1 y 2 de diciembre.
La diferencia entre el viejo y nuevo acuerdo se podría resumir en tres líneas de análisis. Primero, se recogieron más de 430 propuestas de los líderes del No, muchas repetidas, que se resumieron en 120 para, finalmente, incorporar casi 90. Muchas de estas, sin embargo, son un retroceso a lo logrado en el Viejo Acuerdo.
Segundo, las modificaciones se resumen en presiones al viejo texto. Por ejemplo, se definió el significado de “restricción efectiva a la libertad”, mecanismo de sanción establecido por la justicia transicional para los implicados que colaboren con la verdad, pidan perdón y den garantías de no repetición, y se delimitó que la justicia transicional (“jurisdicción especial para la paz”) dure diez años.
Otras variaciones fueron verdaderos cambios de fondo. Por ejemplo, se prohibió que las ONG sean fiscales en los casos contra agentes involucrados en crímenes internacionales (petición hecha por empresarios y agentes privados beneficiados de la guerra y promotores de actos criminales). También se dijo que el catastro rural no estaría atado al Impuesto Predial para que los grandes poseedores de tierras sigan sin pagar o pagando bajísimos impuestos.
Algunos políticos han dicho que el nuevo acuerdo es mejor que el viejo, pero la realidad es diferente. El Nuevo Acuerdo es el mejor posible dentro del contexto político legado del 2 de octubre, cuando ganó el No; es decir, es un acuerdo que deja tranquilos a los gamonales y grandes tenedores de tierra. Ahora arranca la parte más complicada que es volver realidad lo acordado, una agenda ambiciosa y con muchos enemigos.