El desarrollo tecnológico global ha puesto el foco en la necesidad de transformar las culturas organizacionales y procesos hacia lo digital. La cultura digital potencia la creatividad y el pensamiento innovador usando aplicaciones y softwares para el logro de objetivos. La educación no puede estar al margen.
La transformación digital (TD) requiere incorporar estos criterios en la gobernanza, del Estado a la universidad, liberando la gestión interna de la universidad y sus carreras profesionales. La universidad innovadora necesita interiorizar una cultura provista de un liderazgo centralizado y a la vez participativo, asociada al mercado y con indicadores de rendición de cuentas para construir redes interuniversitarias, locales e internacionales, clústers de investigación, virtualizar la educación a distancia y transformar sus procesos de aprendizaje, diseño de cursos y de servicios al estudiante.
El análisis nos muestra la predominancia de una cultura controlista en las normativas del Estado. La Ley Universitaria es una muestra de ello. Redujo la autonomía, restringió la virtualidad, obligó al estudiante a permanecer cinco años impidiéndole terminar los estudios en menos tiempo, planteó un organigrama único para la universidad pública, entre otras disposiciones. Es cierto que la universidad abusó de la autonomía, pero ello pudo corregirse sin lacerarla. La cultura predominante desconfía de la alianza público-privada. Así, a pesar de tener un déficit de casi S/110 mil millones en infraestructura educativa, la inversión privada se paraliza por leyes y tramitología.
Sin embargo, el COVID-19 transformó la universidad peruana. Lo que pudo tomar años, se logró en semanas. Impuso la virtualidad en el aula a pesar de que la ley lo prohibía. Transformó el aprendizaje haciendo posible, después de siglos, la destrucción metodológica del “dictado de clase”. Aceleró la evolución de la didáctica obligando a incorporar métodos y formas diferentes para generar aprendizaje. Promovió el cambio de profesor a tutor, el modelo híbrido de clases sincrónicas junto a procesos de aprendizaje asincrónicos. La TD es una herramienta indispensable para una universidad, pública y privada, innovadora y competitiva, pero demanda un ecosistema disruptivo. Para ser una universidad innovadora necesitamos liberar los modelos de gestión universitaria dejando de lado aquellos que dificultan la toma de decisiones y la rendición de cuentas interna o que promueven el clientelismo. Debemos interconectarnos dentro de la universidad, y de ella hacia lo local y lo global. Solo así será posible potenciar la autonomía transformadora, base del conocimiento y del desarrollo innovador y creativo en los seres humanos y en las instituciones que aspiran a compartir dicha cultura.