Para producir una vacuna efectiva se necesita conocer el virus y cómo funciona, cómo nuestro organismo produce los anticuerpos que lo neutralizan y cómo generamos una memoria inmunitaria que sea durable, esto es, que nos permita producir anticuerpos neutralizantes rápidamente cada vez que nos vemos amenazados por el virus. Una vacuna no solo previene la enfermedad que produce el virus, sino su transmisión; no solo protege al individuo, sino a la comunidad.
Los esfuerzos para producir vacunas se organizan alrededor de cinco tecnologías principales que logran su efecto a través de: 1) virus inactivados (Sinopharm, Sinovac), 2) vectores virales o bacterianos que producen las proteínas del virus (Oxford, Spoutnik V, JyJ, y las vacunas peruanas), 3) proteínas o fragmentos del virus (Novavax, Sanofi) y 4) a través del RNA mensajero del coronavirus (Pfizer, Moderna). Al ejercer su efecto a través de diferentes estructuras biológicas, las vacunas pueden diferir en la respuesta inmunitaria que generan, en la vía de administración, en su tolerancia a los cambios de temperatura o en sus costos de producción, pero todas ellas apuntan a alcanzar la inmunidad colectiva, y aspiran a lograr de 70% a 80% de eficacia.
Para probar su eficacia, tolerancia e inocuidad, las vacunas deben ser evaluadas rigurosamente, con la siguiente estrategia: Fase preclínica, se realizan estudios en células y animales para evaluar su toxicidad y su capacidad para generar anticuerpos. Fase I, la vacuna se prueba entre decenas de personas para determinar su seguridad y confirmar que estimula una respuesta inmune. En la Fase II, se determina la mejor dosis para obtener la respuesta inmune deseada. En la Fase III, se mide su eficiencia y se comprueba su calidad en miles de personas, con estudios de diferente grado de control, con el objeto de encontrar una menor incidencia de COVID-19 en quienes recibieron la vacuna. Fase de aprobación, una instancia nacional y supranacional reguladora y certificadora de su calidad debe aprobar la vacuna.
Bajo esta premisa los científicos y laboratorios del mundo han venido trabajando sin pausa el último año en producir una vacuna contra el SARS-CoV-2 en tiempo récord, pero siempre cumpliendo las normas de seguridad y, como ya sabemos, con muy buenos resultados. Los investigadores peruanos del laboratorio FarVet y de la Universidad Cayetano Heredia no son ajenos a este esfuerzo, ellos se encuentran en la última fase de pruebas con animales de lo que podría ser la vacuna peruana del bicentenario. Son tres las vacunas que están sujetas a investigación, todas con tecnologías conocidas y adecuadas al nuevo virus. Dos de ellas serían de fácil administración, alta efectividad, rápida producción y bajo costo.
Según la OPS, los países de Latinoamérica hemos sido líderes en la eliminación de enfermedades mortales o graves gracias a la vacunación. En los 70, se eliminó la viruela. En los 90 se consiguió terminar con la poliomielitis. En el 2015 se puso fin a la rubeola y en el 2016, se eliminó el sarampión. Estos logros, sumados a los importantes avances hacia la eliminación del tétanos y el control de la difteria, entre otros, posicionan a la región como líder en inmunización, lo que ha permitido salvar millones de vidas. No debemos perder todos estos esfuerzos que se dirigen hacia un mismo propósito: un mundo más sano y con menos enfermedades transmisibles.
Otro sería un mundo sin vacunas, un mundo donde perderíamos constantemente a nuestros seres queridos, un mundo lleno de brotes epidémicos sin control. Gracias a las vacunas millones de vidas han sido salvadas. Esto, sin embargo, depende de la cantidad de personas que se vacunen en una población, cuanto más personas se vacunen, más eficiente será una vacuna. Por eso, es imprescindible reconocer y poner en evidencia a las ‘fake news’ y a las fantasiosas teorías conspirativas de las que las vacunas son objeto últimamente. Para ello, la clave es la transparencia y la información; transparencia sobre los resultados de los ensayos clínicos, sobre los contratos entre las industrias farmacéuticas y los estados, y evidencia científica sobre las virtudes de la inmunización.
No perdamos el ritmo y mucho menos el rumbo hacia la generación de nuestras propias vacunas y hacia nuestra completa inmunización, solo así podremos recuperar, más temprano que tarde, nuestras relaciones humanas, tal como las conocemos y apreciamos. Solo a través de las vacunas, sumadas a otras respuestas relacionadas que nos vaya brindando la ciencia, podremos recordar al frío distanciamiento social como un mal sueño, ese que no nos permitió recibir más juntos y con más esperanza el año venidero.
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