El nombramiento de un nuevo ministro de Desarrollo Agrario sin experiencia ha generado críticas ante las proyecciones de una crisis alimentaria. No es la primera vez que este Gobierno falla en amortiguar los efectos de problemas globales. Las proyecciones sobre los impactos económicos y productivos se difundieron tan pronto estalló la guerra en Ucrania. Sin embargo, la respuesta al primer golpe económico fue deficiente. Hoy, el presidente Pedro Castillo tiene la oportunidad de hacer algo distinto, pero estos nombramientos ministeriales generan preocupaciones. El problema trasciende la idoneidad de un ministro e involucra la capacidad del Gobierno en su conjunto para responder a la altura de los desafíos que implica una potencial crisis de dichas características.
Si algo aprendimos con la pandemia es que estos episodios críticos trascienden los límites ministeriales. Necesitamos una respuesta multisectorial integral. Es importante tener, por ejemplo, una estrategia de salud que contemple los efectos colaterales de la falta de alimentos en poblaciones vulnerables. También debemos prever el incremento de necesidades redistributivas que pueden desbordar, como en la pandemia, la infraestructura de los programas sociales. Asimismo, es probable que las protestas sociales crezcan con la crisis y no podemos seguir poniendo la represión antes del diálogo. Necesitamos un Gabinete de crisis que ofrezca una respuesta coherente y coordinada, una respuesta preventiva y democrática en momentos adversos.
Esta debería ser la prioridad de un Gobierno que se adjudica representar los intereses del pueblo, de los “nadies”, pues son estos sectores (como los campesinos y las familias vulnerables) los que más sufrirían si una nueva crisis golpea fuerte. Pero parece no existir un sentido de urgencia desde el Ejecutivo. El cuoteo y la falta de cuadros configuran un pro sin rumbo, orientado por las afirmaciones inoportunas de sus voceros antes que por un plan integral para resolver los problemas del país. El horizonte temporal de este Gobierno –y de la clase política en general– se ha constreñido a la mera supervivencia cotidiana. Los cambios responden a la “urgencia” de la agenda congresal, el resto son vistos como problemas de mediano plazo. Algo con lo que tendrán que lidiar “en su momento”.
Bueno, según las proyecciones globales, para esta crisis mañana ya es tarde. Es cierto que tenemos algún margen de maniobra por la diversidad en la producción y en el consumo agrario, como sostiene Carolina Trivelli. No obstante, este debería ser el punto de inicio, una ventaja, no el consuelo que preludie una catástrofe. No podemos limitarnos a depender de la suerte ante una crisis que amenaza con poner en riesgo a miles de familias. La responsabilidad de sobreponernos a esta crisis inminente debe recaer en el Estado y no en una ciudadanía ya bastante golpeada tras la pandemia y la recesión económica.
Si los políticos se distraen con sus banderas y cortoplacismos, la sociedad civil organizada y los medios de comunicación tienen que priorizar la preparación ante la crisis. Debemos dejar atrás los conflictos chatos y pensar en el bien público. Es necesario proponer y presionar. Proponer los cuadros políticos y técnicos necesarios, independientemente de su orientación política; presionar por la toma de medidas concretas que se deben implementar. A diferencia de la pandemia, esta es una crisis anunciada. Existe un espacio para prepararse y pensar en respuestas sustantivas. Tenemos la oportunidad de prevenir y no solo de andar apagando incendios sobre los que ya no tenemos control.