El 31 de octubre del 2003, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 9 de diciembre como el Día Internacional contra la , fecha para reflexionar sobre uno de los mayores desafíos éticos y estructurales que enfrentan las sociedades. La corrupción no es un problema aislado; permea instituciones, afecta derechos fundamentales y socava el desarrollo sostenible.

El impacto de la corrupción trasciende lo económico. Un colegio mal construido debido a una licitación amañada priva a los niños de una educación digna; un sistema de salud corrupto puede costar vidas. No obstante, la corrupción no siempre adopta la forma de sobornos millonarios; también se manifiesta en actos cotidianos de deslealtad, como apropiarse de recursos de una empresa o traicionar los intereses de una comunidad. Estas acciones erosionan los valores éticos y debilitan el tejido social.

Combatir la corrupción demanda un cambio cultural que rompa con la ‘ley del vivo’. La formación ética desde la infancia es clave para construir ciudadanos que rechacen estas prácticas. Esta tarea no recae solo en hogares y escuelas, sino también en empresas y líderes que modelan el comportamiento público. En este contexto, las universidades juegan un rol crucial para fomentar la integridad profesional. No deben limitarse a impartir conocimientos técnicos, sino también integrar casos prácticos, análisis éticos y reflexiones sobre el impacto social de las decisiones profesionales para formar una generación comprometida.

En países como el Perú, donde la impunidad prevalece y la criollada es un estilo de vida, la corrupción se percibe como tentadora y, a veces, inevitable. La creencia de que las consecuencias son mínimas fomenta un círculo vicioso difícil de romper. Por ello, es crucial reforzar los mecanismos de control y sanción, así como educar en valores éticos. Sin embargo, el análisis de la corrupción no estaría completo sin abordar su justificación bajo causas supuestamente nobles. En mis investigaciones he encontrado que los actos corruptos se racionalizan cuando sus fines parecen altruistas. Esta ‘corrupción tipo Robin Hood’ utiliza la redistribución de recursos como excusa para actuar fuera de la ley. Aunque pretende combatir desigualdades, perpetúa las mismas estructuras que dice cuestionar.

El fin no justifica los medios. Rechazar la corrupción en todas sus formas, incluso aquellas que aparentan un rostro humano, es esencial para construir un Perú más justo y sostenible. En este Día Internacional contra la Corrupción, recordemos que el cambio empieza con cada uno de nosotros, desde pequeños actos de lealtad hasta la formación de ciudadanos íntegros comprometidos con la transformación social.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

María Cecilia Urcia Erazo es investigadora del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico

Contenido Sugerido

Contenido GEC