’ es un con varias acepciones que ha sido usado históricamente para invocar noblemente a una población o raza y del que, a su vez, se ha abusado políticamente.

No pretendo circunscribir el abuso del conceptopueblo’ a la pasada presidencia desestabilizadora y golpista; por el contrario, toca abstraerlo del vaivén cotidiano de nuestra política ofreciendo algunas reflexiones en torno de él. Igualmente, corresponde despojarlo de consideraciones sociológicas porque se prestan a invocaciones manipuladoras y maniqueístas.

El uso equívoco del concepto pueblo’ en la historia ha causado enormes errores y daños a millones de personas. El error semántico de mayor transcendencia e históricas consecuencias sucedió cuando se le endosó al “pueblo judío” la muerte del Redentor.

En la misma línea, los solemos hípercalificar los actos en donde se aprecian miles de personas. Es una suerte de deísmo en el que cada parte del pueblo en la calle se atribuye “poseer” la verdad ciudadana con pretensiones absolutas.

Pareciendo ociosas o mal llevadas estas líneas, considero, por el contrario, que pueden poner ciertos puntos sobre ciertas íes e igualmente distinguir al menos tres usos inapropiados del concepto pueblo’.

El pueblo no es la mayoría de un todo, tampoco es la porción más vulnerable del mismo todo y, menos, un público determinado. Si así fuera –por ejemplo– la mitad más uno sería el pueblo, también la porción más vulnerable, si constituyera mayoría, e igualmente si quienes concurrieron a un coliseo fueran más que los asistentes a un mitin partidario.

Entonces, ¿dónde trazamos la frontera para referirnos correctamente al pueblo?

Considero que la más asertiva o correcta acepción y utilización del concepto pueblo’ es aquella que involucra a la totalidad de una sociedad determinada, aún más si tiene connotaciones políticas.

Así, tenemos que el pueblo de Lima somos los habitantes de la capital, el pueblo de Puno son quienes allí habitan; subsiguientemente, el pueblo peruano somos todos los que, viviendo o no en el país, somos peruanos.

De esta distinción geográfica y nacional se deriva otra fundamental y republicana: la ciudadanía. Esta es el conjunto de personas a las que les corresponden derechos y deberes políticos.

Por ello resulta apropiado, entendible y cuantificable –en los términos previamente acotados– cuando afirmamos que concurrimos en el gobierno del pueblo y para el pueblo al momento de ejercer el derecho a votar y, posteriormente, cuando exigimos resultados cuantitativos y cualitativos como más y mejor justicia, más y mejor seguridad, más y mejor gobernanza, por ejemplo.

Ahora bien, extrapolando y pudiendo ser incluso una porción importante de una población determinada, difícilmente el pueblo como conjunto y totalidad es el que acomete una acción enteramente colectiva; más bien, son pequeños grupos los que –en comparación– gestan y protagonizan una acción de masas. Por ende, resulta indispensable circunscribir la voluntad general y desposeerla de la verdad absoluta como “su” atributo inherente, así como la infalibilidad del pontífice romano tampoco existe por más creyente que se pretenda ser.

Sigamos. Si consideráramos que el pueblo es infalible, podríamos deducir que tanto usted como yo y el resto de los peruanos somos infalibles porque somos parte del pueblo infalible, lo que resulta grosero, necio y falso.

Así, el significado de mayoría, de público o de sector más vulnerable resulta humano, temporal y acotado, y aquello de que “el pueblo jamás se equivoca” una ‘manifestum impossibile’. Según Tito Livio, “la voluntad del pueblo hace tantas mudanzas cuantas hace el tiempo”.

No pudiendo invocar al pueblo como poseedor exclusivo y excluyente de la verdad absoluta y, menos, de la verdad política, el sufragio general –expresión popular cuantificable propia de un momento– es una manifestación política fraccionada y mutante.

Concluyo argumentando que la conceptualización y el uso totalizador del concepto pueblo’ son actos intrínsecamente contrarios a su naturaleza; ergo, a la libertad de todos quienes lo conformamos por lo que nos corresponde abstenernos de manipulaciones. ¡Ya estuvo bueno!


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Javier González-Olaechea Franco es doctor en Ciencia Política, experto en gobierno e internacionalista

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