En preparación para la Conferencia sobre Cambio Climático (COP 21) en París, diversos países ricos se esfuerzan por donar ayuda climática. Esto significa decirles a las personas más desfavorecidas del mundo, que sufren de tuberculosis, malaria o malnutrición, que lo que realmente necesitan no son medicinas, mosquiteros o micronutrientes, sino un panel solar. Es una noticia terrible.
El último en subirse al carro ha sido el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, quien anunció recientemente que esa entidad gastará hasta US$29.000 millones hacia el 2020 en proyectos para ayudar a los países receptores a enfrentar el calentamiento global. El presidente estadounidense Barack Obama ha prometido US$3.000 millones en ayuda climática; el Reino Unido está desviando US$8.900 millones de su presupuesto de ayuda exterior para el Fondo Internacional para el Clima.
Para no quedarse atrás, Francia promete US$5.600 millones anuales en asistencia relacionada con el clima para el año 2020, frente a los US$3.400 millones en la actualidad. Y el Banco Africano de Desarrollo planea triplicar sus inversiones relacionadas con el clima a más de US$5.000 millones al año para el 2020, lo que representa el 40% de su cartera total.
Todas estas promesas tuvieron su génesis en la Cumbre del Clima de Copenhague, seis años atrás, cuando los países ricos hicieron una impulsiva promesa de gastar US$100.000 millones al año en “financiamiento climático” hacia el 2020.
El vicepresidente del Banco Mundial y el enviado especial para el cambio climático, Rachel Kyte, recuerda que los gobiernos simplemente inventaron el número simbólico para tratar de rescatar un acuerdo de último minuto: “Los US$100.000 millones fue una cifra tomada en el aire en Copenhague. Si uno piensa en la economía mundial y el reto para los ministros de Finanzas de los países desarrollados, no estoy seguro de que un número abstracto como US$100.000 millones sea útil”.
Eso no ha impedido que los gobiernos –y el propio Banco Mundial– hagan todo lo posible para lograr el objetivo. US$100.000 millones al año en ayuda climática es visto como fundamental para el éxito de la cumbre de París. Peor aún, este objetivo está transformando radicalmente el gasto en desarrollo. De la ayuda que analiza la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, ahora más del 25% del presupuesto es destinado a ayuda relacionada con el clima, por encima del 0,5% de 1980.
Esto es profundamente preocupante porque desviar dinero para ayuda climática es inmoral. En un mundo donde la desnutrición sigue cobrándose al menos 1,4 millones de vidas de niños, 1.200 millones de personas viven en la pobreza extrema y 2.600 millones carecen de agua potable y saneamiento, no es sorprendente que los más pobres del mundo en realidad no quieran ayuda climática. Las Naciones Unidas han preguntado a más de 8 millones de personas en todo el mundo qué políticas priorizan. El clima viene en la última posición, después de otras 15 opciones.
Las principales prioridades son la educación, mejor atención sanitaria, mayores oportunidades de trabajo, un gobierno honesto y sensible, y alimentos nutritivos y accesibles. Estas son áreas en las que cada dólar gastado puede aportar mucho beneficio. Es poco ético sacar dinero a estas prioridades y gastarlo en algo que quienes viven en los países más pobres dicen que es lo que menos quieren.
Suministrar a los países más desfavorecidos del mundo paneles solares es una autoindulgencia inexcusable por parte de los países ricos del mundo. Las fuentes de energía verde pueden ser buenas para mantener una única luz y cargar un teléfono celular, pero son inútiles para hacer frente a los principales retos de energía para los más necesitados.
Tres mil millones de personas sufren una terrible contaminación del aire dentro de sus hogares porque queman madera y estiércol para cocinar, pero los paneles solares no pueden brindar suficiente energía para mantener cocinas limpias. No pueden tampoco alimentar los refrigeradores que conservarán las vacunas y los alimentos para que no se echen a perder, ni tampoco alimentar la maquinaria para la agricultura y las fábricas.
Y la mayoría de las energías renovables siguen siendo mucho más caras. Un estudio del Centro para el Desarrollo Mundial muestra que si en lugar de gastar dinero en energías renovables lo usáramos en la electrificación a gas podríamos sacar cuatro veces más personas de la pobreza.
Abordar el calentamiento global efectivamente requerirá innovación a largo plazo, lo que hará que la energía verde sea accesible para todos, en lugar de nuestra obsesión actual de subsidiar paneles solares y turbinas eólicas ineficientes.
En este momento, los países ricos están en una carrera por parecer verdes y generosos. A continuación, los países receptores empujarán para asegurarse que reciban los fondos. Esto es inevitable y comprensible. Pero la verdad es que no es en la ayuda climática donde podemos realizar el mayor bien y no es lo que quieren o necesitan los más pobres del mundo.