La elección de Donald Trump y de las mayorías republicanas en ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos tiene aterrorizados a los defensores del medio ambiente y a los activistas del cambio climático, quienes han declarado que los próximos cuatro años serán un “desastre”.
El miedo es comprensible, todavía tenemos mucho que conocer acerca de los planes de la nueva administración. Pero tal vez, sorprendentemente, lo poco que sabemos ofrece motivos para la esperanza.
No es necesario reiterar que el cambio climático es real y, sobre todo, producido por el hombre. Es difícil saber si Trump reconocerá esto pues se ha referido al calentamiento global como un “cuento chino”, pero posteriormente lo matizó diciendo que se trataba de una broma. También negó la existencia del cambio climático durante la campaña, pero apoyó medidas para impedir el calentamiento global en el 2009.
Lo que realmente importa no es la retórica, sino la política. Hasta el momento sabemos que Trump planea sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París contra el cambio climático. Esto está lejos de suponer el fin del mundo que algunos sugieren.
Incluso los más fervientes partidarios reconocen que el Acuerdo de París por sí mismo hará poco por frenar el calentamiento global.
La ONU estima que si cada país tuviera que reducir las emisiones de dióxido de carbono acordadas, entre el 2016 y el 2030, en toda su extensión y sin realizar engaño alguno, las emisiones de CO2 se reducirían solo en una centésima parte de la cantidad realmente necesaria para mantener el incremento de la temperatura por debajo de los 2 grados centígrados.
Sin embargo, las promesas de París serán costosas. Tratar de reducir las emisiones de CO2, incluso con un impuesto eficaz en este sentido, tiene como consecuencia que la energía barata sea más cara y esto ralentiza el crecimiento económico. Hoy en día, la tecnología verde es todavía muy ineficiente y requiere de subsidios significativos.
Por otra parte, es probable que el Acuerdo de París haya fallado, incluso si no se hubiera producido la elección de Trump. Muchos países en vías de desarrollo que firmaron el acuerdo esperan beneficiarse de un fondo de “compensación” de US$100.000 millones procedente de los países ricos. Este dinero probablemente nunca se vea materializado, poniendo el acuerdo al completo en riesgo.
La promesa de Trump no solo afecta muy poco al aumento de la temperatura, sino que detendrá al mundo en esta búsqueda de un callejón sin salida político.
También ofrece la oportunidad de encontrar una solución más inteligente. Economistas del clima han encontrado que la Investigación y Desarrollo (I+D) en energía renovable es un planteamiento mucho más eficiente.
Esto está muy en línea con la promesa de Trump en campaña de “invertir en investigación y desarrollo en todo el amplio panorama del ámbito académico”, y con su insistencia en “desarrollar fuentes y producción de energía que reduzcan la necesidad de dependencia de los combustibles fósiles”.
Un grupo de premios Nobel para el proyecto del Consenso de Copenhague sobre el Clima concluyó que no debemos únicamente duplicar la I+D, sino sextuplicarla.
Esta inversión en ingenio podría ayudar a dar un nuevo giro, reduciendo el precio de la energía verde por debajo de los combustibles fósiles. Solo entonces seremos verdaderamente capaces de detener el cambio climático.
Las declaraciones de Trump en campaña también ofrecen la esperanza de que la próxima administración creará una política de desarrollo y de ayuda global que reconozca que el clima es un problema entre otros muchos.
Cuando se le preguntó sobre el calentamiento global, Trump respondió: “Tal vez el mejor uso para nuestros limitados recursos financieros deba ser el tratar de asegurarse que cada persona en el mundo tenga agua limpia. Tal vez deberíamos centrarnos en erradicar enfermedades persistentes en todo el mundo como la malaria. Tal vez deberíamos centrarnos en aunar esfuerzos para aumentar la producción de alimentos para ir al compás de una población mundial cada vez mayor”.
Esto sería un gran cambio. La OCDE analizó prácticamente toda la ayuda de Estados Unidos y otros países ricos y concluyó que una cuarta parte está destinada a cuestiones relacionadas con el cambio climático.
Esto es algo inmoral cuando 2.000 millones de personas sufren desnutrición, 700 millones viven en la pobreza extrema y 2.500 millones no disponen de agua potable y sistemas de saneamiento.
A pesar de lo que ha durado y todo aquello que se ha discutido acaloradamente en la campaña electoral, quedan grandes preguntas sin respuesta acerca de la posición del presidente electo sobre el cambio climático, la cooperación y el desarrollo.
Pero, sorprendentemente, ahora hay una oportunidad para una acción decisiva: ir más allá de desechar el ineficaz Acuerdo de París, hacia políticas que potencien la innovación estadounidense en energía renovable para centrarse en una solución real al cambio climático y ayudar a los más desfavorecidos del mundo de manera más eficaz.