Basta salir a la calle, al mercado, al banco o a la farmacia más cercanos, para darse cuenta de la precariedad que vivimos como colectividad, como país. Si nos ponemos en la cabeza de los Otros, podríamos concluir que los peruanos están cansados y lo que necesitan y buscan son respuestas, más que especulaciones e imprecisiones. Como en otras crisis de nuestra historia reciente, esperan hallar soluciones a los pequeños y grandes problemas que afrontan en el día a día.
Cuando alguien sufre un daño, escribe la filósofa estadounidense Judith Butler, debería tener la oportunidad de reflexionar sobre sus causas y efectos, pensar en cómo lo afecta y en cómo afecta a los demás. Allí, el papel de la prensa. Una mirada orientadora podría aliviar en algo la herida abierta que ha causado una pandemia que, en el mejor de los casos, nos ha aislado y cambiado la vida; y, en el peor, ha instaurado para siempre el dolor en muchos hogares que han perdido a un familiar o a un amigo de la manera más penosa.
Entre las muchas lecciones que la prensa peruana probablemente sacará de esta dolorosa experiencia, una de las más importantes radica en esta función: explicar que existen opciones para enfrentar y salir del duelo en el que estamos.
Recoger esa posta significa, por ejemplo, volver al llamado periodismo de soluciones. La etiqueta es relativamente nueva, aunque algunos medios lo hacen cuando investigan sobre problemas sociales, prueban con evidencia cómo superarlos y destacan las perspectivas de sus protagonistas.
El periodismo de soluciones es otra manera de dar voz a quienes, a partir de sus experiencias, pueden señalar un camino, con sus riesgos y sus oportunidades. Nada más pertinente para contribuir a reducir el número de contagiados, para que más personas no mueran por falta de prevención y una cultura de la sanidad.
La abundancia de información –cierta y falsa– que corre por diversos canales digitales y, al mismo tiempo, las múltiples oportunidades que ofrece el mundo virtual, confirman que ‘informar, opinar y entretener’ son funciones insuficientes desde hace mucho. El poder interpretativo de la prensa es tan indispensable en estos días, como avanzar en la meta de todo periodista: la ansiada especialización para producir información de calidad basada en una calificada red de fuentes propias y renovadas.
Es un momento para repensar o enriquecer la función periodística. Si se sintoniza con los impulsores del periodismo de soluciones –como David Bornstein y Tina Rosenberg (“The New York Times”, ambos premios Pulitzer) y con Liza Gross (exeditora general de “The Miami Herald”)–, el reto es demostrar que hay una luz al final del túnel y cómo llegamos a ella. Es innovar socialmente, retroalimentar a las personas con historias reactivas.
Hace poco, el premio nobel de Economía Paul Krugman opinó que el mejor periodismo es el que no se conforma con dar las dos o tres partes de la historia, sino aquel que explica e interpreta, analiza los pro y los contra, los antecedentes y las consecuencias, quién gana y quién pierde con los destapes y, prácticamente, toma posición. Algo que algunos han resumido en la polémica frase: el periodista debe ser veraz, no neutral.
Sin embargo, como señala David Bornstein, si bien el periodismo ‘perro guardián’ y vigilante es esencial en toda sociedad, el descrédito que arrastra a las instituciones más importantes también exige demostrar lo que sí está funcionando.
Liza Gross tiene razón cuando dice que el eje narrativo del periodismo tradicional fue publicar problemas. Hoy, el nuevo eje está compuesto por las historias de las personas, sobre todo aquellas transformadoras, emprendidas por quienes, más que héroes, han experimentado un avance en sus vidas, sin escándalo ni sensacionalismo. Es lo que el periodista Jeff Jarvis llama escuchar a la comunidad, principalmente a la menos atendida.
En la coyuntura actual, añade Bornstein, se trata de promover la salud y no solo de atacar la enfermedad. Para Gross, las soluciones no son la panacea ni las verdades absolutas. Tampoco buscan predecir el futuro ni hacer promesas exageradas, solo dan cuenta de lecciones aprendidas que puedan ser replicadas.
Este es el periodismo pospandemia que necesitaremos: una suma de investigación, de interpretación, de ponderación y de servicio. Tom Wolf escribió en su clásico “El Nuevo periodismo” que los periodistas no somos asistentes sociales. Pero los tiempos actuales reclaman una vocación solidaria, humana y, especialmente, educativa para contribuir a que otros aprendan haciendo en sociedad.
Así, la prensa pondría un grano de arena en la descomunal tarea de construir esa comunidad nacional con la que soñamos ser. Por lo pronto, hoy nos une el dolor.
Nota del editor: Esta columna forma parte de una serie de artículos en la que distintos especialistas, invitados por el área de Opinión de El Comercio, reflexionan sobre cómo la cuarentena que hoy cumple 100 días ha impactado en diversos ámbitos de nuestra sociedad.