El Instituto para la Economía y la Paz (IEP), con sede en Australia, acaba de difundir un nuevo informe que da cuenta del estado de paz o violencia en el que relativamente se encuentran los 163 países que estudian y comparan. La decimoséptima edición incluye, como en las anteriores, un índice de paz que, en esta ocasión, ubica al Perú en el lugar 104 de la tabla. Nos encontramos más cerca de los países que presentan sociedades convulsionadas que de aquellos donde sobresale el bienestar, el progreso y la tranquilidad. Es decir, estamos más cerca del país menos pacífico del ranking –Afganistán– que del país que ostenta el privilegio de ser el más pacífico del planeta –Islandia–. En otras palabras, en el Mundial de la Paz estamos como en el fútbol: de media tabla para abajo y fuera del campeonato.
La paz (social) es la principal dimensión del desarrollo que fomenta el IEP como medida positiva y requisito para el bienestar humano y el progreso. En esa línea podríamos pensar qué hacer colectivamente para ir mutando o, por lo menos, aproximándonos más hacia una convivencia distinta de esta, tan nociva y corrosiva, pero que ya forma parte del ser nacional. Nuestro derrotero de crispación y desencuentro nos está costando cada vez más caro y todos estamos perdiendo. Ante esta realidad urge encontrar alternativas de superación a ese rasgo identitario mediante el cual articulamos nuestras diferencias a través de métodos violentos.
Hay desde ya valiosas excepciones que confirman la regla de nuestra característica más perenne, pero se tratan de momentos episódicos que no alcanzan para torcer o modificar los resortes violentos que agobian la posibilidad de una convivencia distinta. Acaso angustiados y hastiados de tanta violencia que a diario permea a nuestro alrededor, distintos influenciadores y ciudadanos, activos desde las redes sociales, comenzaron a difundir recientemente mensajes destinados a reflexionar acerca de aquello que estamos haciendo mal y de lo que podríamos hacer mejor cada uno de nosotros. Los mensajes fueron dando forma y conectando a un colectivo que ya se reconoce como #ÚnetePerú.
Desde esta instancia ciudadana, que están firmando personas a título individual y que esperamos que vaya tomando mayor densidad con apoyos institucionales de diversos sectores, buscamos crear una ola de reflexión acerca de cómo nos estamos vinculando y tramitando las diferencias y desacuerdos que tenemos entre peruanos y peruanas. Enfatizamos entonces la diversidad como valor y proponemos el diálogo respetuoso como método para abordar y resolver nuestras diferencias.
A estas alturas, el lector probablemente sienta que estamos ante un grupo de soñadores, o incluso de ingenuos, que creen posible erradicar nuestros peores demonios a partir de un mensaje expresado en las redes sociales. Sin embargo, los comentarios y reflexiones que están llegando al portal que se ha creado para esta campaña (www.uneteperu.pe) nos confirman que mucha gente está dispuesta a asumir su parte de responsabilidad y de reflexión que le toca para contagiar un proceso de cambio colectivo. De allí parte el entusiasmo inicial que sentimos y que se basa en el anhelo de una convivencia en la que el respeto y la consideración a nuestra diversidad pueda conformar la base sobre la que estructurar otro proyecto colectivo de Nación.
La iniciativa no impulsa ni pretende uniformizar pensamientos, sino, por el contrario, alienta un consenso sobre el diálogo como herramienta para discutir y abordar nuestras diferencias. Es una propuesta de caminar unidos en torno de las reglas sobre las que procesar nuestras diferencias, desterrando a la violencia en cualquiera de sus formas. ¿O no hemos comprobado que cuando nos unimos en la diversidad y fusionamos el talento en forma de experiencias culinarias nos coronamos como campeones mundiales? ¡Únete, Perú!