Hace unas semanas publiqué un artículo en la revista estadounidense “Americas Quarterly”, sobre el incremento insólito entre el 2021 y el 2023 en la cantidad de peruanos que han migrado al extranjero. Los compatriotas, sobre todo los jóvenes, cada vez están más convencidos de que no pueden tener un buen futuro en el Perú. Al considerar el estado actual del país, es muy probable que esta tendencia migratoria se acentúe en los siguientes años.
El efecto que tendrá el ya no contar con los talentos de más de 400 mil peruanos es variado y complejo, pero considero que es particularmente crítico para nuestro futuro político. El Perú está viviendo una crisis profunda de representatividad desde hace varios años, que no parece tener fin. Si la presidenta Boluarte sigue en el poder, no es porque goza de una legitimidad mayor que la de Pedro Castillo –solo el 11% aprueba su gestión–, sino porque el Congreso ha decidido que es de su utilidad mantenerla en el Ejecutivo. No hay ninguna figura política que inspire confianza en la población, o que genere esperanza en que se puede cambiar el rumbo del país.
En efecto, no tenemos líderes. Salvo honrosas excepciones, muchos de los representantes que hemos electo en los últimos años han demostrado que ejercen sus cargos únicamente para defender sus intereses personales. Peor aún, tanto la derecha radical como la extrema izquierda, a las que no les conviene la institucionalidad, han coincidido en crear un enemigo común: el “caviar”. Esta categoría ahora alude a todos los que buscan hacer una carrera profesional en el sector público, implicando que estos pertenecerían a una élite corrupta en control de las instituciones. Además, de manera similar a los populismos de EE.UU. o Europa, estos radicalismos sostienen que las personas que quieren participar en política, pero a la vez tienen o aspiran a un alto nivel educativo no son aptas porque no pertenecerían al “pueblo”.
Estamos perdiendo la capacidad de renovar nuestra clase política, al ahuyentar o descalificar a los individuos que podrían ser mejores representantes que los actuales. Entre esos 400 mil peruanos que se han ido, y entre los tantos otros que planean mudarse a otro país en los próximos años, hay miles que preferirían poner sus talentos y conocimientos al servicio del Perú. Lo sé porque hace 10 años, cuando el país aún se sentía gobernable y la economía crecía, mis contemporáneos soñaban con ser servidores públicos, o querían formar empresas y aportar al dinamismo nacional. Varios de ellos ya han migrado.
Mucho se habla de la necesidad de una reforma política para crear partidos políticos institucionalizados y comprometidos con la democracia, capaces de encauzar las demandas de la población. Ello no va a ser posible si no contamos con personas que en su vida personal expresan un alto compromiso público. La migración masiva que vivimos es el síntoma más claro de que quienes podrían ser los próximos gobernantes del Perú han decidido que ya no vale la pena intentarlo.