Un nuevo personaje aparece en la publicidad por el Día de la Madre, a quien podría llamarse la Mamá Maravilla. Ella es madre y coach de sus hijos, “gerenta” de su hogar, profesional y con un trabajo remunerado que le da satisfacciones. Además, ella encuentra el tiempo para hacer yoga o trotar, visitar a su madre, tomar café con sus amigas, ir al cine con su pareja y tomarse unas merecidas vacaciones. Siempre sonriente, esa madre no quiere que le regalen una licuadora. Según la última encuesta de Ipsos, ella quiere ropa y accesorios para lucir regia, y una amplia gama de otros productos y servicios.
Aunque celebramos esa nueva Mamá Maravilla como símbolo de modernidad, pues deja atrás viejos estereotipos representados en la ama de casa con delantal, detrás de los bastidores la realidad de esa mamá está lejos de ser la maravilla que muestra la publicidad. Hoy, según el INEI, el 69% de las mujeres peruanas son madres, el 69% de estas madres tiene pareja y el 66% de ellas también trabaja fuera del hogar. Y, como recientes estudios demuestran, esas madres además de cumplir sus jornadas laborales siguen cargando en sus espaldas la mayor parte del trabajo del hogar. Un trabajo de Arlette Beltrán y Pablo Lavado (“El impacto del uso del tiempo de las mujeres en el Perú”), basado en la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo, muestra que las mujeres peruanas se encargan de más del 70% de las horas invertidas en las actividades domésticas. Es decir, cuidar a los niños, los ancianos y discapacitados, hacer las compras y preparar los alimentos: las tareas más intensivas y menos reconocidas socialmente. Así, una de cada tres mujeres tiene déficit de tiempo, versus uno de cada cuatro hombres. Las madres trabajadoras son las más perjudicadas, pues tienen que sacrificar actividades vinculadas a su propio cuidado, como el descanso y el desarrollo profesional.
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Además, cuando estas mamás trabajan fuera de casa, necesitan de una red de otras mujeres que las apoyan con estas tareas: las abuelas, tías, hermanas, vecinas e hijas mayores, quienes comparten la llamada economía del cuidado o economía del amor, como lo llama Liuba Kogan (“La economía del amor”). Y es que la realidad, más allá de los discursos, muestra que dentro del hogar los hombres generalmente no comparten de manera equitativa las responsabilidades (a lo máximo “ayudan”), y en demasiados casos exacerban las tensiones con violencia física y verbal. Los números son de espanto. Según el INEI, al 2014 el 32,3% de las mujeres peruanas en edad fértil ha sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja.
Por cierto, hay una minoría de hogares en el Perú con trabajadoras domésticas remuneradas. Según Leda Pérez y colegas (“Visibilizar lo invisible: mujeres y niños en el trabajo doméstico en el Perú de inicios del siglo XXI”), el INEI registra aproximadamente 410.000 personas que se dedican a esta labor (2,6% de la PEA), casi todas son mujeres y, según los testimonios, más de la mitad también son madres. Miles más realizan estas labores sin registro censal, enviadas por sus familias a temprana edad para “apoyar” en casas de familiares ajenas o atrapadas por terceros. La mayoría de esas mujeres son migrantes, pobres, y mestizas o indígenas, y el 99% labora sin contrato, sujetas a tratos denigrantes y discriminatorios, invisibles para el Estado y el resto de la sociedad. Aunque las jóvenes trabajadoras del hogar (14% son niñas o adolescentes) sueñan con educarse y tener otra profesión, los testimonios revelan que muchas fracasan en el intento y regresan al trabajo doméstico –siendo la principal razón la maternidad, que interrumpe los estudios y el desarrollo de otras carreras–. ¿Acaso las llamadas Mamás Maravillas lucen así a costa de otras madres sobreexplotadas?
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A pesar de todo, hay Mamás Maravillas que llegan a ser ejecutivas exitosas. Pero a ellas, según otro trabajo de Kogan y colegas (“No…pero sí. Discriminación en empresas de Lima Metropolitana”), también les espera otra realidad: grandes empresas con culturas machistas, y donde la competencia para ganar se sustenta en el egoísmo extremo y el distanciamiento de la familia, con largas jornadas y disponibilidad 24/7. Para los hombres y las (pocas) mujeres en estas posiciones, existe una oferta de servicios adicionales para suplir su falta de tiempo, como choferes, tramitadores, y compradores de regalos, incluso para su propia familia.
En resumen, la Mamá Maravilla en el Perú está cansada. La gran mayoría de ellas vive en tensión constante entre su familia y su trabajo, y carga con la mayor parte de las labores del hogar. Vive más años que su pareja, pero no vive mejor, pues padece más problemas de salud crónicos y sigue siendo “pobre de tiempo”, para ella misma.
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¿Qué necesitan las Mamás Maravillas? Derechos laborales que se respeten, jornadas flexibles y empleadores que practiquen y no solo prediquen valores familiares. Parejas que asuman sus responsabilidades, una sociedad que reconozca y valore las labores de cuidado y un Estado que también provea estos servicios para quienes los necesiten, desde cunas y guarderías seguras hasta pensiones dignas y hogares decentes para la tercera edad.
¿Qué quiere esa mamá hoy en su día? No una licuadora, sino simplemente descansar.