Este año el Nobel de Física fue atribuido a tres investigadores de planetas que orbitan alrededor de estrellas distintas al Sol, a los que se conoce como exoplanetas. Ellos son el canadiense James Peebles y los suizos Michel Mayor y Didier Queloz; el primero por sus contribuciones teóricas para una representación actualizada del universo y los otros dos por su empleo de instrumental de detección fina para estos objetos astronómicos que tienen débil energía, alta opacidad (son cuerpos sin luz propia, como la Tierra) y se encuentran muy alejados del sistema solar. Interesa saber en qué punto de la historia de la astronomía nos encontramos, los rasgos principales de estos objetos astronómicos y las perspectivas que los estudios abren a la humanidad en la satisfacción de su conocimiento sobre el universo, el diseño y construcción de equipos de detección de alta sensibilidad y la información y conclusiones que se obtienen de ellos.
Un primer avance para estos estudios fue el descubrimiento, a finales del siglo XIX, de que los distintos átomos que componen todos los objetos de la naturaleza emiten líneas de luz de frecuencias discretas como reacción a la incidencia de luz de frecuencias continuas sobre ellos. Cada tipo de átomo presenta un patrón característico de emisión de frecuencias discretas que lo distingue –como una huella dactilar– de los patrones de los demás átomos de la tabla periódica. Por eso, la radiación que reciben de las estrellas lejanas nos permite conocer la cantidad relativa de los tipos de átomos y moléculas contenidos en ellas. Para los planetas los átomos de su superficie pueden reconocerse desde la Tierra debido a que reemiten, en sus características frecuencias discretas, la luz recibida de sus respectivas estrellas anfitrionas
Un segundo avance para el estudio de estos objetos astronómicos es el haber logrado colocar en órbita, más allá del límite superior de la atmósfera terrestre, estaciones de observación con telescopios, radares y espectrómetros, para detectar la radiación proveniente de los cuerpos astronómicos.
Estos grandes pasos científicos (la espectroscopia de radiación y de partículas observadas desde más allá de la atmósfera) han permitido descubrir que el modelo planetario de nuestro sistema solar se repite con frecuencia en nuestra galaxia, que contiene unas 100 mil millones de estrellas. Los planetas que orbitan algunas de estas estrellas pueden ser gaseosos (como Júpiter) o rocosos (como la Tierra o Marte); pueden ser extremadamente cálidos (como Mercurio) o rigurosamente fríos (como Neptuno); contener o no agua líquida y atmósfera de oxígeno y, dependiendo de esto, ser o no aptos para hospedar organismos vivos.
Desde el descubrimiento, en 1995, del primer exoplaneta alrededor de la estrella 51 Pegasi, ubicada a 48 años luz de la Tierra, alrededor de 4.000 exoplanetas de diversas edades y tipos han sido descubiertos, lo que sugiere que la formación de planetas es un proceso más común de lo que se pensaba. A partir de la información registrada, los astrónomos han estimado la existencia de unos 40.000 millones de planetas del tamaño de la Tierra orbitando en las regiones de habitabilidad alrededor de sus estrellas anfitrionas en nuestra galaxia. Esta cifra sugiere que el exoplaneta habitable más cercano podría estar a tan solo 12 años luz, una distancia que, sin embargo, es demasiado grande para que los terrícolas podamos recorrerla (ni siquiera) un día del remoto futuro.
Con todo, planetas como el nuestro, tanto por su tamaño como por su ubicación en la región de habitabilidad alrededor de su estrella hospedera y otras características, son raros. Entre los exoplanetas identificados solo dos o tres se parecen mucho a la Tierra. El más parecido (98%, es decir, prácticamente su símil) orbita alrededor de la estrella enana KOI-4878, a unos 1.100 años luz de nosotros.