Jorge Medina Méndez

Los Nobel de Economía –Acemoglu, Johnson y Robinson– relievan el rol clave que juegan las instituciones políticas y económicas en el desarrollo de los países. Si estas son inclusivas, las naciones prosperan. Si son excluyentes, fracasan. A diferencia de estas últimas, que generan desigualdad y descontento social al funcionar solo para unos cuantos, las inclusivas generan progreso para todos, porque fomentan la participación ciudadana, la transparencia y la rendición de cuentas.

En Perú, nuestras instituciones políticas y económicas han sido históricamente excluyentes. No extraña, por tanto, la profunda crisis social y política que vivimos desde hace años, caracterizada por violencia, inseguridad, economías ilegales, crimen organizado, polarización, corrupción, impunidad, malos servicios públicos, brechas de desigualdad y falta de oportunidades. Por ello, es vital reformar nuestras instituciones. Pero es iluso pensar que lo harán, voluntariamente al menos, un Ejecutivo y Legislativo absolutamente impopulares y deslegitimados, a quienes no les interesa mejorar nada, pues pescan a río revuelto. Para que hagan algo, deben ser presionados por la ciudadanía. Pero la nuestra es apática y no articulada.

¿Qué queda entonces? Los líderes. Son ellos los llamados a tomar la iniciativa, particularmente quienes tienen mayor poder de influencia, como los líderes de negocios. No las marcas o empresas, ni siquiera los gremios, sino ellos mismos: los empresarios y CEOs, en tanto ciudadanos. Lo pueden hacer de manera directa o indirecta ¿Estarán listos para el desafío de ayudar a construir un mejor futuro para una sociedad desconfiada y sufrida, dentro de la cual están sus consumidores? La verdad, no importa mucho la respuesta. No tienen alternativa, al menos no quienes carecen de la vía “el último en salir, que apague la luz”.

Edelman revela que el liderazgo social es ahora una función central en los líderes de negocios. Hace dos años encontró que el 81% de la gente piensa que los CEOs deben sentar, personalmente, una posición visible sobre políticas públicas que benefician a la sociedad. De otro lado, Paul Polman, gran líder empresarial, sostiene que no habrá negocios exitosos en sociedades fallidas. Es obvia la necesidad de ejercer un liderazgo que vaya más allá de la gestión empresarial y que abarque temas sociales y políticos, es decir, un liderazgo transformador que no eluda su responsabilidad individual de ejercer una ciudadanía activa que pase de la preocupación a la acción.

Ciertamente, existen valiosas iniciativas empresariales en el campo social, que debemos reconocer y felicitar, como el combate a la anemia y la mejora de la educación, entre otras, incluso mediante el mecanismo de obras por impuestos. Pero el tema institucional y político abordado en esta columna se refiere a la perversa manera en que se ejerce el poder. Necesitamos pensar fuera de la caja para hackear el statu quo y evitar seguir transitando el camino que ya han recorrido las naciones fallidas. Por ejemplo, ¿qué estamos haciendo, como ciudadanos, para lograr la suficiente contención democrática en 2026, al menos en el Senado de la República, y evitar que continúen los despropósitos políticos que vienen dañando nuestra alicaída democracia?

El perfil bajo ni el silencio son opciones válidas. La buena noticia es que cuando un empresario o CEO activista habla a título individual, no solo se dirige a políticos, gobernantes y legisladores, también a sus empleados, consumidores y a la sociedad en general. Y eso es bueno para recuperar la confianza en el sector privado.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

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