La ruina política en la que nos encontramos eventualmente pasará. Sucederán otras crisis, ojalá menos graves, y estas también pasarán. Cada crisis, sin embargo, parece intensificar un problema aún más profundo y serio: la desunión entre los peruanos. Me refiero a la polarización ideológica. Cada vez más conservadores y cada vez más progresistas, a los peruanos eventualmente de estos (y otros) bandos no los unirá más que el territorio y la nacionalidad. ¿Es aún posible reencontrarnos?
Pensemos en la familia: para el conservador, es una institución natural por el que las personas florecen; para el progresista, una institución opresora. El aborto: para el conservador, es un atentado contra la vida inocente; para el progresista, un derecho fundamental de la mujer. Los autores clásicos: para el conservador, son fuentes de sabiduría; para el progresista, fuentes de estereotipos y adoctrinamiento.
Lo anterior es solo una muestra: las ideas, entre ellas las morales, nos separan. Urge buscar ideas que nos unan. De hecho, bastaría una: una idea que, cual puente, permita cruzar este abismo ideológico. Una idea que, apuesto, conservadores, progresistas y demás ya suscriben. Una que los filósofos R.M. Hare, Harry Gensler S.J. y Thomas Carson defienden de manera similar: el deber moral (basado en la lógica) de ser consistentes.
Sigamos a Gensler, quien afirma que el deber de consistencia es el primer deber de todo ser racional. Se trataría de un principio evidente por sí mismo; es decir, que no necesita demostración. Este principio, además, se manifiesta de varias formas. Por eso, es posible hablar de varios deberes de consistencia moral: la imparcialidad, la coherencia y la regla de oro, por mencionar tres de los más importantes.
La imparcialidad nos dice: “evalúa casos similares de manera similar”. Por ejemplo, uno viola el deber de imparcialidad si, juzgando implacablemente a un político por sus vínculos con la corrupción, pasa por alto la corrupción evidente en la que se encuentra el político de su clan. O cuando, juzgando a su rival por su pasado o vena autoritaria, la misma persona niega que los tiranos de su espectro político lo sean.
La coherencia nos dice: “vive según tus creencias morales”. Por ejemplo, es incoherente creer en el feminismo y la tolerancia, y apoyar a un político probadamente misógino y homofóbico. Es también incoherente sostener que es un deber protestar en las calles para defender la democracia y no hacer nada cuando quien la amenaza se encuentra dentro de nuestras coordenadas ideológicas.
La imparcialidad y la coherencia generan la regla de oro, que (en su versión “técnica”) nos dice: “trata al otro solo como consentirías que te traten en la misma situación”. Por ejemplo, uno viola la regla de oro si, insultando a los que no piensan como uno, no aceptaría que lo insulten por sus ideas. O si, imponiendo su forma de pensar a los demás, se rebelaría si aquellos con los que no coincide hicieran lo mismo.
Como vemos, mientras resolvemos los grandes temas que nos separan, todos podemos (debemos) adoptar el sobrio pero fundamental principio de la consistencia en sus diversas manifestaciones. Ello no solo nos uniría, sino que permitiría resolver muchos de nuestros problemas: la discriminación, la corrupción, la explotación laboral, etc. Y, claro, nos sacaría rápidamente de la ruina política que enfrentamos. Después de todo, nadie trataría al otro como no quiere que lo traten.
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