Fue amigo de mi padre, aunque mío también, a pesar de los 20 años que me llevaba. Cuando como adultos conversamos por primera vez, hace más de cuatro décadas y sobre la crisis institucional y económica de entonces, algo sabía ya de él por relatos y anécdotas de la sobremesa familiar. Don Luis G., su padre, y mi abuelo también habían sido contemporáneos que se conocieron entre sí.
Formado en el antiguo estudio de Diómedes Arias Schreiber, destacado jurista y docente de la época, quien ejerció también varios importantes cargos en el Gobierno y la diplomacia, Juan heredó de su mentor del pasaje Olaya una amplia versatilidad, así como una muy precisa capacidad para identificar lo esencial en el curso de los eventos, lo que realmente valía la pena en las cosas.
Mal podría, al ser yo un ingeniero y no un abogado, calificar sus méritos profesionales. Pero sí puedo testimoniar, a partir de no pocas conversas que por momentos se volvían frecuentes, sobre cuántos y diversos temas, su enorme habilidad como consejero estratégico.
¿Qué caracterizaría a un buen asesor? Primero, actuar con realismo, curiosidad y objetividad en la valoración adecuada de cualquier situación. Juan –Palo para sus amigos– sabía aterrizar las expectativas con tranquilidad sin discutir las motivaciones. Analizaba con frialdad hechos y datos, pero siempre con la mente abierta al libre juego y al humor que permitían ampliar con fluidez la visión de las cosas y el rango de las opciones. Mostraba flexibilidad y adaptabilidad en su diagnóstico, tolerando la ambigüedad. Incorporaba con sabiduría la intuición en el análisis.
Vislumbrar lo que puede venir en el futuro requiere de una automotivación disciplinada. Y una destreza para interpretar bien el pasado y el presente a fin de reconocer los patrones que podrían delinear las tendencias hacia adelante. Palo tenía el privilegio de conocer mucho de historia. Y cuando muy eventualmente podía equivocarse en la perspectiva, poseía la resiliencia y la perseverancia para aprender de los errores.
Otra herramienta valiosa del buen consejero resulta la capacidad para negociar y mediar creativamente, el saber convencer sin violentar y en pro del beneficio mutuo. Claridad, empatía, conexión y asertividad resultan para ello cualidades críticas. Juan era, en tal sentido, un negociador eximio.
Y alguien con confianza y optimismo racional a la hora de la acción. Analizaba las cosas hasta donde tenía sentido hacerlo, pero no más. Los dubitativos y pesimistas pueden a veces tener razón, pero no suelen ganar batallas. Solía recordar Palo la frase de Winston Churchill que el pesimista mira la dificultad en cada oportunidad mientras que el optimista descubre la oportunidad en cada dificultad.
Finalmente, un buen consejero requiere ser muy articulado formalmente. Los memorandos e informes de Juan eran textos al punto, esenciales y sustantivos, carecían de relleno y adjetivos innecesarios.
Si los amigos son aquellos que ayudan a que uno mejore, la amistad intergeneracional constituye un canal valioso para el intercambio de conocimientos y experiencias. Suele el joven proveer de información, nuevos conocimientos y tecnologías más actualizadas; el mayor, de la sabiduría que con los años acumula. Así se logra conocer y trasmitir de primera mano, de generación a generación, versiones de eventos relevantes que a veces resultan esenciales para entender el pasado e interpretar el hoy. Y se promueve un descubrimiento emocional de las sucesivas etapas de la vida. Andar así juntos durante un largo trecho por los diversos caminos del quehacer constituye un arte y un don. Es lo que hacían los peripatéticos desde Aristóteles.
Contenido sugerido
Contenido GEC